Los no convocados

Hace casi 4 años, mi papá me fue a buscar a la estación principal de buses de Medellín con 6 plátanos verdes en el asiento trasero del carro. Teníamos más de un año sin vernos y le traía de Barranquilla lo que más le gusta: dos libras de queso duro y salado, perfecto para fritar.
Cuando llegamos a su apartamento todo estaba listo: el proyector, los altavoces, las cervezas, la música escandalosa, el ron y una camiseta amarilla para cada invitado, aunque ese color ese día, era el del rival.
A mi papá le importa un carajo el fútbol pero reconocía que aquel momento era especial, lo que estaba en juego tenía que ver con el sentido de lo colectivo, con emociones, recuerdos, familia, valores de antaño, la vida misma, yo no escatimaría... tenía que ver con dignidad.
Colombia saltó a la cancha para enfrentar al todopoderoso Brasil con 85 mil espectadores en su contra, con un árbitro que dejaba mucho que desear. Salió a jugarlo todo contra la selección más ganadora de la historia de los mundiales, la cual jugaba de local. Salió nerviosa y le empujaron un gol, pero fue creciendo, de menos a más… y me quedó la sensación que con 10 minutos adicionales, hubiésemos clasificado. Mi papá dijo que no volvería a ver esa vaina, que le iba a dar un patatús, aunque nunca, ha dejado de soñar.
Durante muchos días me pregunté qué habría pasado si la Selección que partidos atrás había bailado en cada encuentro, que había maravillado con su hinchada, sus pases y el mejor gol del campeonato, hubiese creído en serio que era posible, que no se debía asustar. Yo usaba el pesimismo para huirle a la posible decepción, mi padre, que no sabe muy bien ni quien es Messi, estaba ahí por otra cosa.
El próximo 17 de Junio yo voy a jugar ese partido, aunque sea contra los eternos ganadores, tengan periodistas comprados y una fanaticada a su favor. Yo no voy a votar por el árbitro, yo no voy a perder por W.
Esta vez puedo subirme a la cancha y me la jugaré creyendo en el Falcao del Mónaco, el James del Múnich y el Ospina del Arsenal, pero sobretodo, subiré y votaré por los niños y jóvenes de Guachené, de Caloto, de Nechí, de Quibdó, de El Cerrito, de Necolí, los que no han sido convocados a nada, los nadie a quien nadie ha representado nunca. 
Votaré por esos pueblos perdidos, donde se baila y se juega a pata pelá, esos de donde emigraron los héroes nacionales y donde se quedaron tantos otros, sacándole el cuerpo al hambre, porque con hambre nadie puede ser deportista, ni ninguna cosa más. 
Prefiero que nos salga mal un partido a rendirme antes de tiempo, prefiero un pedante con fuerte oposición, que los hampones de siempre. Prefiero que esos lugares me los enseñe el fútbol y no la guerra. Prefiero que cambie algo, aunque sea poco y no me afecte. Yo no voy a votar en blanco por los pueblos negros, yo voy a votar para que nunca vuelvan a matar a alguien, por meter un autogol.

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