Del autor *


* Publicado en www.revistaquilla.com

El 24 de Febrero de 1984 Alfredo Cohen Arias se fumó a las dos de la madrugada, dos cajetillas completas de Marlboro y se tomó media botella de aguardiente. María Inés Montoya, lloró de alegría como nunca y cambió su vida para siempre.

Yo llegué a este jodido mundo aquella noche, mientras los demás disfrutaban de un viernes de Guacherna, en esa extraña ciudad donde el Río Grande de la Magdalena se encuentra con el Mar Caribe colombiano. Aun no tengo muy claro como lo logré, pero fui muy feliz durante mi niñez. Aprendí a disfrutar de las cosas chicas de la vida; patear un pelota de trapos, comer piñitas con Kola Román, correr como loco luego de pegar chicles en los timbres de las casas y robarme colecheritas en la Olímpica.

Tengo aún menos claro, cómo me gradué del Colegio del Sagrado Corazón perdiendo un promedio de 120 exámenes por año y sin entender hasta hoy, para qué sirve la trigonometría. A pesar de todo, en el 2006 me entregaron el cartón como Comunicador Social y Periodista, en la Universidad del Norte, en donde, al igual que en el colegio, dejé buenos recuerdos y grandes amigos.

Durante los años universitarios trabajé en proyectos sociales, periodísticos y publicitarios. Luego fui a hacer las prácticas profesionales a una productora independiente de Bogotá y regresé a Barranquilla para graduarme y desde ahí producir historias para la tele nacional. Meses más tarde, en un ataque de malparidez cósmica, viaje a Barcelona para hacer el Máster en Documental Creativo de la UAB, donde fui productor del proyecto.

Contrario a lo que muchos imaginan, la vida en el mal llamado primer mundo es bastante complicada. Además de aprender a cocinar, hacer la comprar, pagar servicios, lavar la ropa y la losa, arreglar la casa y sacar la basura me ha tocado repartir publicidad, ser asistente de cocina, administrar un café internet, hacer promociones para un banco a las 6 de la mañana en pleno invierno y hasta vender mis espermatozoides para conseguir euros.

Todo este proceso me permitió crecer en todos los aspectos y me obligó a desarrollar una estrategia para no dejar de hacer lo que me gusta: la comunicación.

Fue entonces, en este sentido que nació mi BLOG, un espacio desde donde mirar el mundo, burlarme de este, empezando por mí. Este BLOG se ha convertido entonces en mi referencia y mi vitrina, pero también en mi válvula de escape y mi reto personal. Después de casi dos años on-line hay más de 125 post de textos, unas 70 fotos, una historia real basada en hechos ficticios y unos cuantos videos.
Ha sido el BLOG el mejor puente para materializar proyectos. Hoy, después de mucho esfuerzo y perseverancia, trabajo freelance para una agencia de publicidad (haciendo marketing alternativo) en una productora de televisión (editando unos videos) para un par de periódicos (escribiendo crónicas) y sin pausa pero sin prisa, en un documental independiente sobre un grupo de árbitros inmigrantes.

Soy sincero y absolutamente arrogante, me cuesta mucho odiar a la gente, soy alegre, optimista y despistado. Creo en los atardeceres del Caribe, en los condones, en el porno y en Youtube. Creo en Dios, en la carne en posta con arroz de coco, en la cumbia, en el porro, en algunos vallenatos y en el Pibe Valderrama, pero dudo muchísimo, que la paz de Colombia esté cerca.

Yo no lo decidí.

-“Bala perdida mata a niña de 5 años en el suroriente de la ciudad”- Publicó el periódico en primera página.

Roberto dejó su barrio en Guayaquil a los 14 años. Siempre fue un chico tranquilo, responsable y con muchos amigos. Su barrio no era un sitio fácil para vivir pero a él, todos lo querían. Vivía con su abuela, los padres se fueron para Barcelona cuando él tenía 11 años. Cuando se reencontraron, las cosas no fueron tan fáciles como todos esperaban. La integración a la escuela con los nuevos compañeros y el nuevo idioma no era un tema sencillo. La convivencia en el piso con otras personas aparte de los padres, tampoco. Roberto se sentía diferente, rechazado y solo, además no tenía el mismo poder adquisitivo de antes. Ya no había remesas.

La relación con sus padres se deterioraba, se había perdido el sentido de autoridad, ellos, después de años de ausencia, querían complacerlo en todo, pero no podían. Un día después de una discusión con su madre, Roberto le dijo llorando: -“Me quiero ir al Ecuador”- a lo que ella muy serenamente respondió: -“Cuando usted trabaje, gane su propio dinero y además, se gradúe del colegio, se puede ir para donde le dé la gana. Muchachito”- En efecto, 4 años más tarde Roberto llegó a Guayaquil con 3000 euros ahorrados. Compró una moto, le regaló ropa a sus familiares, invitó a todos los amigos a comer y a beber, visitó a las prostitutas.
Cuando no sabía que mas hacer, probó la droga y compró una pistola. Entonces, disparó al aire.

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Contra los talabosques
Contra los armaguerras
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Contra los rompeozono
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Suena otra canción
Pero no la llamen terrorista
No es que sea antipatriota
Es que trae otro punto de vista

El Peloterito del Barça *

*Crónica publicada en el diario www.tribunalatina.com
Esta empezó siendo una primavera fría para todos. De pronto la luz del sol cayó y las temperaturas bajaron estrepitosamente. Desde aquella cancha de entrenamiento, el Camp Nou lucía toda su imponencia. Estar frente a ese estadio siempre es sobrecogedor, no tanto por su tamaño como por su historia, por lo que significa para esta ciudad y por lo que representa dentro del mundo del fútbol.

Manuel Sánchez sabe bien lo que hace, se le nota en la firmeza de su mirada y la contundencia de sus palabras:

–“¡Flexiona la pierna izquierda!”-
-“¡Ponlas paralelas!”-
“-¡De arriba abajo, de a-rri-ba-a-a-ba-jo!”-
-“¡Cóño Sebastián! Le vuelves a pegar de fly y te vas a darle una vuelta al campo”-
-“¡Coñooo! A dar una vuelta!”-

Wall Sebastián Badillo Ponce -mejor conocido como Sebas- admira profundamente a Deco, Ronaldinho, Messi, Etoo y Henry, igual que sus amigos del cole, pero si pudiera escoger, le gustaría ser como su compatriota colombiano Edgar Rentería. Rentería siempre demostró ser muy malo para el fútbol pero ha sido de los mejores jugadores de las Grandes Ligas de Beisbol de los Estados Unidos desde 1996. Ha participado en varios juegos de las estrellas y ha sido declarado dos veces guante de oro y bate de plata.

Sebas a sus 9 años, con el Camp Nou a pocos metros, tiene claro que su sueño es más americano que europeo y, si pudiera escoger, preferiría el estadio de los Yankees o de los Bravos de Atlanta que el de los Culé. Manuel Sánchez también lo tiene claro, Sebas es el estandarte de su equipo, un primera base, zurdo, ambidiestro en el bate, con buen agarre y buen disparo. Un jugador como él, pocas veces se ve por estos lares, y eso lo convierte en la esperanza de cualquier club.

El profe Sánchez entrena a los Alevines del Barca hace cuatro temporadas. Los Alevines es la categoría más chica en un club de Beisbol, está conformada por niños entre los 5 y los 11 años. Niños para quienes los bates, las manillas y las pelotas son sus juguetes preferidos. Niños amantes de un deporte que a veces, ni sus padres entienden. Niños que siguen siendo niños, divirtiéndose en un juego, niños que se van volviendo hombres con disciplina y rigor, niños que son la esperanza de sus padres, niños, con todo un futuro por delante.

-“Aquí hay dinero, incentivos, pero no hay niños”- Eso me dice Manuel, explicándome que este es un deporte que no termina de consolidarse en España y sigue siendo común ver a cubanos, dominicanos, americanos, panameños o venezolanos entrenando los equipos y –si tienen la nacionalidad- integrando la selección. En Catalunya, el deporte era prácticamente desconocido antes de las Olimpiadas de Barcelona en el 92. En ese momento llegó el boom y apareció un interés inusitado por su práctica, pero nuevamente ha decaído, y hoy por hoy hay que hacer hasta lo imposible por mantener los equipos.

-“Aquí hay dinero, incentivos, pero no hay niños”- La frase revolotea nuevamente en mi cabeza, pienso en las calles de los barrios humildes y en los arenosos parques de Barranquilla, mi ciudad natal, la misma de Sebas y de Edgar Rentería, donde peloteritos de todas las edades juegan beisbol como pueden, con cualquier palo de madera como bate, cualquier bola de trapos como pelota, cualquier Coca Cola de dos litros como premio, pero con la misma ingenuidad propia de la infancia, con la misma ilusión, en sus miradas.

Aunque todos están debidamente uniformados con las gorras y sudaderas azul celeste del Barça, el campo de entrenamiento está lejos de ser un diamante de Béisbol profesional, y además deben compartirlo con las otras categorías. Por fuera de las mallas de seguridad los padres de los pequeños hablan de la jugada del último partido y dan sus predicciones para el próximo encuentro. Las madres, por su parte, con ese amor único y sobrenatural que las caracteriza, están con la mirada puesta en sus pequeños y con los dedos cruzados para que el entrenador, no los vuelva a regañar.

-“Play baaaall”- grita el referee.


Para cuando el grito se oye, ya Sebas está más que preparado. Había llegado dos horas antes, había calentado y escuchado atentamente la charla del técnico. Estaba en el campo, una vez más, cubriendo la primera base, una gran responsabilidad en el juego. Tal vez por eso, diez minutos después, su mirada se perdía en cualquier parte del suelo, aún no había empezado a batear y ya el equipo iba perdiendo 8 carreras a 0.

Wallberto Badillo creció jugando fútbol, es su pasión, su debilidad. El día que su equipo, el Junior de Barranquilla, fue campeón del fútbol colombiano, saltó la seguridad del estadio para llegar al césped y abrazar a los jugadores. Por eso, cuando pudo traer a su pequeño Sebas a Barcelona, después de largos años de espera –tal vez los más duros de su vida-, lo primero que intentó fue vincularlo a un equipo de este deporte.

–“Al parecer tenía el efecto Jet Lag pegado, porque lo probaron días y semanas y no servía… hasta se dormía en los entrenamientos”, recuerda con una sonrisa nostálgica y la mirada encaramada en los recuerdos. Es evidente que le hubiese encantado tener un hijo futbolista, pero no puede ocultar su orgullo al verlo en el diamante.


-“Yo me desanimé un poco, pero no se lo quería transmitir, le dije que buscáramos otro deporte y como ya era socio del Barça, descubrí el Beisbol y pensé que le gustaría. Hace dos años lo llevé por primera vez y ya no me le despego.”- Wall disfruta tanto de su hijo que se ha vuelto asistente del entrenador. Recoge las pelotas, guarda las bases, lleva las estadísticas y está pendiente de que a los chicos no les falten ni bates, ni manillas, ni cascos. No se pierde ningún partido, el club le da uniformes y le hace un pequeño descuento en la mensualidad que paga por el entrenamiento de Sebastián.


-“Somos la leche, con Colacao… con Colacao…
Los del Sant Boi,
Somos demasia’o… somos demasia’o…”-

Tanto los que juegan de titulares como los que cantan en las gradas se ven más grandes y fuertes, pero los Alevines del Barça poco a poco han ido remontando el marcador, el encuentro es cada vez más emocionante.

En las gradas del Barça, la más preocupada por el marcador es Yara, una digna exponente de la belleza del Caribe, una morena de amplia sonrisa que desde hace mas de una década es el estandarte de su propio equipo, de sus dos hombres: Wall y Sebas, su familia. Fue Yara la artífice de todo esto. Junto a ella, hay varias madres aparentemente tensionadas, pero la única que entiende el juego es ella, lo vivió en su casa de Barranquilla, toda la vida.

–“¡Dale duro Papii!”- Gritó involuntariamente al ver que su hijo falló en el primer disparo. En el Caribe, las mujeres tienen la potestad para llamar papi a los hombres que aman, indistintamente si son sus padres, abuelos, hijos, maridos o amantes. Aunque en este caso, puede que Yara los haya confundido, pues su padre en la juventud era tan bueno al bate que muchas veces integró la selección nacional de Colombia.

Sebas conectó una línea de hit y la hinchada –no más de 15 personas- saltaron y gritaron de la emoción, lo incitaron a correr y el chico voló, como si hubiera cometido la peor de sus travesuras. Se embasó en segunda. Acto seguido, Jordi, su mejor amigo, estampó un batazo que cortó la leche de sus adversarios, con Colacao y todos sus aditivos. El partido se vuelve intenso y parejo, con jugadas emocionantes de parte y parte y un marcador que solo se distancia por dos carreras a favor del Sant Boi.


Al llegar a la última entrada, después de varios turnos fallados por sus compañeros, Sebas se prepara nuevamente para batear. Las manos le sudan, las piernas le tiemblan, intento tomarle una foto pero temo que la pelota le pegue a mi cámara, él en cambio lo único que teme, es no conectarla. Rastrilla el suelo con la zapatilla como si quisiera hacer contacto con su abuelo, la pelota se acerca a toda velocidad y Sebas la golpea como los dioses.

Yo perdí una foto y gané una emoción. Paul, que estaba en tercera base, llega a Home y Sebas ya corre por segunda, sigue hasta tercera. El entrenador, desde afuera, con su voz grave le dice que se quede allí, pero Sebas no le hace caso y con un zambullidlo en la arena, se roba el home. Wall y Yara saltan al mismo tiempo, mi cámara casi se parte en pedazos contra el suelo, todos celebran, el entrenador lo regaña por desobediente, Sebas llora con fuerzas, con rabia, con ganas, pero también con alegría… y satisfacción.

Los Latinos Justicieros *

* Crónica publicada en el periódico www.mundohispano.info

Héctor Fabio Molina Gutiérrez tiene cincuenta años, tres hijos, tres nietos y una hipoteca que supuestamente terminaría de pagar en el 2030. Le han puteado la madre más de cinco mil veces, pero a él no le importa, entre otras cosas, porque su mamá está muerta. Freddy Bustos nació hace 28 años, es Periodista y hace cuatro años trabaja de lunes a viernes en un mercado de frutas. José Colcha habla con su mujer y sus hijos dos veces a la semana, los miércoles y los domingos. Gana 1200 euros con sus dos trabajos y envía la mitad para su familia. Jorge Obando trabajó desde muy joven, llegó a ser escolta del presidente de Ecuador hace 8 años, ahora es un ferviente cristiano, un buen obrero y el presidente de la asociación CAFILAREC. María Hinojosa trabaja como cajera en un supermercado, toda la vida sintió pasión por el fútbol. Desde chiquita prefirió jugar a la pelota con los varones que con las ollitas y muñecas de sus amigas. Milton Quiroga no conoció ni a su madre ni a su padre, vive en un piso con tres habitaciones, un baño y 6 personas.


Héctor nació en Colombia, Freddy y María en Bolivia, José en Ecuador, Milton en Perú, todos esperan a Jorge, en la puerta de un locutorio frente a la estación del metro Navas, sobre la Avenida Meridiana de Barcelona.


Jorge acaba de salir del metro tosiendo como un perro. El invierno debería terminar en estos días pero las bajas temperaturas se mantienen y no le han permitido recuperarse de los continuos resfriados. Hoy, como cada día de las últimas dos semanas llegó a la construcción a las 8am y antes de las 9am ya se encontraba en el octavo piso. Parado sobre el mismo frío, sucio y enclenque andamio de aluminio, estaba empañetando la fachada de un edificio, junto con su único compañero de trabajo, un ecuatoriano indocumentado. Héctor, Freddy, José, María, Milton y los demás lo esperan para recibir su pago, todos están impacientes, cansados, muertos de frío y de nostalgias. Hablan sobre los platos típicos de sus países y bromean sobre el significado de las palabras en cada región. Jorge los saluda sin muchos ánimos y vuelve a toser.


Al entrar al locutorio, pasan una puerta que dice: -“prohibido el paso”- y siguen el corredor que conocen de memoria hasta el sótano. Las 24 sillas están ordenadas y el tablero de acrílico tiene pintada la cancha de fútbol con los mismos tachones que dejó la explicación del viernes pasado. Jorge se disculpa por la tardanza y advierte que la reunión de este día solo durará una hora porque se siente muy enfermo.


Como en un ritual que conocen a la perfección, cada uno explica las jugadas más complicadas de la fecha anterior y reconocen las dudas que no pudieron expresar en la mitad del encuentro.
–“Es que aquí, al igual que en el periodismo, toca ser objetivo, tener la cabeza fría, mucha capacidad de análisis y de respuesta rápida”- Me dice Freddy, mirándome a los ojos a través de sus lentes. Pareciera que me descubriese. Pienso en la cantidad de veces que soy indeciso en mi vida, que me cuesta tener cabeza fría y resolverme en una dirección sin preguntarme una y otra vez que me habría deparado el otro camino. Freddy lo tiene claro, al menos en el arbitraje no hay tiempo que perder, no hay consejos que pedir, se trata de tomar decisiones, de correr riesgos en cada momento, aún con la certeza de que siempre habrá un inconforme. A la larga, ha entendido que los errores, hacen parte del juego.



Jorge explica las nuevas actividades de la asociación, la posibilidad de pitar un nuevo torneo en Sabadell y la intención de un empresario de llevarlos hasta Madrid. Expone las razones del atraso en el pago de algunos partidos. –“Los empresarios son así, quisiera decirles otra cosa pero no puedo. Me dijeron que me pagarían esta semana y no lo han hecho. ¿Yo qué puedo hacer? Decirles que no pitaremos un partido más para ellos hasta entonces… pero todos necesitamos la plata, aunque sea tarde.”-

Finalmente saca de su bolsillo un fajo de billetes bien doblado y empieza a llamar al frente a cada uno para entregarles un promedio de 25 euros. A las 1030pm todos se suben juntos al metro, cansados pero felices, a dormir un poco para aguantar esta nueva jornada laboral.


***

José Colcha en Ecuador era diseñador de interiores y hace 6 años es albañil en Barcelona. La semana pasada, muerto del susto, se enfrentó a su primer partido. Recuerda que las manos le temblaban al agarrar el balón por primera vez y no fue capaz de sacar ni una tarjeta amarilla. Este sábado, tan solo 8 días después de su debut, tendrá que pitar tres encuentros.


Esta misma mañana, en otro punto de la ciudad, Milton envió 400 euros para que le celebraran el cumpleaños a su nieto. Quiere ver en las fotos piñatas, sorpresas, regalos, ponqués, payasos y todo lo que no pudo darle a sus hijos. Por otra parte, María tiene cara de aburrimiento, preferiría estar pitando partidos de fútbol, que hacer el turno de la mañana, este fin de semana en el supermercado.


La bandera de Bolivia se mueve con el viento, algunos niños halan con curiosidad el pasto artificial. Los adultos se reparten entre las cervezas, la música y el asado de los chorizos. La barra del otro equipo empieza a animar. Frente a los bolivianos, los argentinos cantan coros como si se tratara de las eliminatorias al mundial de Suráfrica. Ambos arqueros llegan con paso lento por sus pesados cuerpos hasta sus respectivas porterías, los capitanes de cada equipo estrechan la mano al árbitro central: Héctor Fabio Molina Gutiérrez, alias El Parce.



El Parce vive hace 8 años en Barcelona, pero asegura que no ha pedido la ciudadanía porque no le interesa ser español. Desde el año 88 ha pitado partidos de fútbol aunque en Colombia durante 27 años se desempeñó como zapatero. Durante el primer año en España trabajó 14 horas diarias en un restaurante y desde después de eso, descubrió según él, el placer de la construcción. Recién llegado a Barcelona, buscó trabajo en zapaterías, pero las opciones fueron pocas y sin papeles de trabajo, era prácticamente imposible. También buscó trabajo como árbitro de fútbol en la liga catalana, lo cual recuerda entre risas: –“Yo tenía 41 años y me dijeron que ya no podía, que el límite de edad eran 40. Tres años más tarde, un amigo me contó que habían ampliado ese margen, entonces volví a las oficinas y me dijeron que lo habían subido hasta los 43, pero ya yo tenía 44… Entonces les pregunté: ¿y no será que lo pueden ampliar de una sola vez hasta 60, es que a mí me queda muy fregado sentarme a esperarlos sin envejecer.”-


***
Muchas veces había ido a ver fútbol pero muy pocas veces le había prestado tanta atención al árbitro. Por primera vez en mi vida le recé al cielo para que no se equivocara. Me embargó un sentimiento espontáneo de solidaridad. Tenía frente a mí a un ser humano, a un tipo dispuesto a aguantar todo tipo de groserías, a un trabajador insaciable que sacrifica el descanso del domingo para enviar unos euros adicionales a su familia en la distancia. La hinchada, cuando no lo puteaba, lo ignoraba. Para unos lo estaba haciendo mal, para los otros también. Me pregunté ¿Quién podría felicitarlo al final del encuentro? ¿Quién lo abrazaría durante un gol? ¿Quién, al menos, compartiría con él la emoción de no haberse equivocado demasiado?
Pensé en la posibilidad de que al menos alguien le reconociera la valentía de sancionar al saboteador y de castigar al tramposo. Pensé en la paradoja de ser un inmigrante que reparte justicia, cuando su realidad es tan injusta.


Vi entonces un jugador jadeando agotado y luego vi a José Colcha, el árbitro de turno, pitando su sexto encuentro del fin de semana, con las manos raspadas por la cal y el cemento de la construcción, con el alma agrietada por la soledad del desarraigo, pero sobre todo, vi un juez con las botas puestas, sin temor, sacando su primera tarjeta roja, corriendo el riesgo de ser apaleado por los jugadores y la hinchada furibunda, pero convencido de estar haciendo lo correcto.
En este punto, entiendo entonces porque Héctor, Freddy, José, María, Milton, Jorge y todos los demás se sienten tan exitosos y triunfadores. Porque aunque nadie los aplauda y todos los critiquen, ellos son la autoridad. Tienen al menos por algunos minutos la potestad, la capacidad de decidir y de obligar, la posibilidad de repartir justicia, de sentirse importantes. Ellos, sin tener muchos euros en la cuenta, ni los papeles en regla, son capaces de detener la carrera del veloz atacante, con un simple movimiento de su mano. Ellos deciden cuándo detener el partido y cómo y dónde reanudarlo. Entiendo entonces, por fin, qué es lo que hago mirando a este tipo que casi nadie mira, este que corre tras el balón sin tocarlo. Entiendo que esta crónica podría contribuir con la justicia. Entiendo entonces que la justicia depende más del sentido común de quien la aplica, que de simples leyes escritas en un papel.




Entonces Jorge mira el reloj, yo me pregunto cuánto faltará y por primera vez me preocupo por adivinar cómo terminará el partido. De pronto, vienen a mi mente las palabras de Freddy Bustos la noche del viernes: -“Lo más bonito del fútbol es que como en la vida misma, no se sabe que va a pasar, hasta el último segundo.”-