En-cuentros


Salí de casa corriendo, como siempre. Tocándome los bolsillos para cerciorarme de no haber olvidado las llaves, ni la billetera, ni el móvil. Con el pelo aún mojado por el baño que me había dado, llegué a la boca del Metro de Marina.

Lógico! La T10 estaba vencida! ¿Por qué será que uno siempre se queda sin crédito en el billete de metro cuando más lo necesita?

Retrocedí y llegué a la máquina. Compré con la tarjeta del banco, la tarjeta de metro,mientras imaginaba, ¿Cómo pagarían el pasaje los ciudadanos en 1954? Cuando por primera vez, el metro de Barcelona pasó por ese trayecto?

Hace 46 años, mi abuela esperaba otro barco en el puerto, al que llegaban como siempre, cargados de marineros y comerciantes naves de todos los tamaños y rincones del mundo. Sus ocupantes eran italianos, alemanes, norteamericanos y uno que otro chino  más aventurero que ambicioso.

Una de esas tardes cualquiera, mientras la vieja Tulia recibía navegantes, mi madre con tan solo 11 años, llegaba a casa para encontrarse una triste imagen, difícil de olvidar. Su padre, Thomas Cohen, un inmigrante judío que había navegado por todo el este de los Estados Unidos buscando fortuna, pero que encontró la alegría de vivir 15 años antes, cuando vio a mi abuela por primera vez a los ojos, se había caído en la bañera y ahora,  ante el espantoso silencio e insoportable calor del medio día en el caribe colombiano, yacía sin vida.

¿Cuántas lunas, cuántas canciones, cuánto sudor y cuánta alegría ha pasado desde entonces, cuántas historias cruzadas, cuántas historias por cruzarse, cuantos milagros, cuántas posibilidades?

Salgo de mis preguntas necias y le doy al play del iphone. Ya me acostumbré a ir como todo el mundo aquí. Cada uno en su mundo particular, con sus sonidos preferidos.

Una vez en el tren, busco dónde sentarme y encuentro espacio frente a un par de señoras. Ellas no llevan música y lucen tranquilas, sonríen sin demasiada efusividad. No puedo escuchar nada de lo que comentan pues la Troba Kung Fú levanta a patadas mis oídos, pero puedo imaginar que hablan de historias añejas, de juventudes gastadas, de recuerdos duros y de sutiles satisfacciones. Pienso en mi abuela, la imagino en su mecedora de madera, la misma que “El Gringo”, como llamaban a su marido por su cabello rubio, le trajo del taller de Duncan Phyfe de Nueva York y en la que ella durante mas de 46 años, se meció de cinco de la tarde a siete de la noche, mientras cocía encajes para manteles que sus mismos hijos le compraban.

El metro llega a la parada donde debo hacer el transbordo con el tren de mediana distancia, lo veo anunciado en las pantallas luminosas y corro para no perderlo, pero es demasiado tarde. Las puertas están cerradas y se me escapa el aliento. Ella me mira, yo la miro, pareciera que el vidrio no existiera, pero existe y es grueso, cualquier cosa que quiera decirle, no lo escuchará. Además lleva unos putos audífonos, como todos en esta ciudad. 

Pensé en quitarle los ojos de encima, pero no fui capaz. Sentí enamorarme en ese corto instante, si saber su nombre, sus fantasmas o su estado de salud. Entonces pensé en el viejo Cohen, cuando mi abuela, en el puerto de Barranquilla lo recibía para mostrarle la ciudad, igual que lo hacía con tantos otros viajeros, mientras limpiaban y cargaban la embarcación en la que en algunas horas, volvería a partir. 

¿Puede una mirada generar tantas cosas? ¿Se puede ser tan cursi en pleno siglo XXI? Tal vez, si mi abuela y mi abuelo no se ubisen mirado aquella tarde cualquiera y si durante el segundo siguiente, la puerta no se hubiese abierto como por arte de magia y yo no hubiese subido en aquel vagón, quizá la historia fuera otra. 

Es probable, que si yo no le hubiese preguntado la hora, con la excusa de preguntarle a dónde se dirigía… y si ella no me hubiera contestado que a la misma fiesta que yo, seguramente no hubiese pasado todo lo que ha pasado hasta hoy. Entonces, muy posiblemente diría que no, que no vale la pena enamorarse, en esta época de listas de reproducción personalizadas.

Algo está pasando en Colombia

Columna publicada en Tribuna Latina y Mundo Hispano.

El escenario político se está moviendo con asombrosa rapidez en el país suramericano. Hace unos meses era impensable que no participara en él Álvaro Uribe, el actual presidente, pero la Corte Constitucional declaró inexequible el referendo que le abriría la puerta a un tercer mandato consecutivo, lo que destapó las cartas y sacó a flote a los candidatos que pretenden sucederlo.

Sólo un mes después, la maquinaria uribista -la conservadora y un partido creado a última hora por congresistas vinculados a grupos paramilitares, se presentó a las elecciones del Congreso y, a pesar de la denuncia de compra de votos, logró quedarse con la mayoría de los escaños.

No obstante, eso no fue lo único que pasó el 14 de Marzo. Ese día también estuvo marcado por una campaña que ahora es un fenómeno. El Partido Verde, reconocido en Europa pero reciente en Colombia, hizo una consulta ante el país para elegir a su candidato único. Este personaje, carente de los pesos pesados de la política, debía ser uno de los tres ex alcaldes de Bogotá más populares: Mockus, Peñalosa y Garzón. El primero encarna la transparencia, el segundo la buena administración y el tercero la lucha contra la desigualdad.

La consulta dio como ganador a Antanas Mockus, el más original de todos, y ante el asombro del país todos celebraron su victoria como propia. De familia lituana, matemático de profesión, especialista en filosofía, ética, pedagogía y semiótica, el profesor Antanas Mockus nunca ha sido liberal, tampoco conservador. En su gestión frente a la Alcaldía de Bogotá, redujo las muertes violentas en más del 50%, y a punta de cultura ciudadana cambió la cara de la capital colombiana para siempre.

Días después, se realizó el primer gran debate nacional televisado y es difícil saber si fue la lucidez de Mockus, o la falta de la misma por parte de sus adversarios, la que echó a rodar la primera bola de nieve, que un mes después no ha parado. Internet y las redes sociales vuelven a jugar un papel fundamental. Expresiones como “ese tipo es mucho presidente para este país” o “yo votaría por él pero no va a quedar”, han ido cambiando por innumerables muestras de apoyo y solidaridad. Facebook, la red más popular, se ha volcado a arroparlo y ni siquiera todos sus contrincantes unidos logran superarlo en fans.

Mockus no aparecía mucho en los medios en los últimos años, pero su trabajo académico era persistente, así que decenas de periodistas, columnistas, editorialistas y ciudadanos, le han dado un impulso inesperado que en un par de semanas lo ha catapultado al segundo lugar de las encuestas, muy cerca del primero, el que ocupa el exministro de defensa, Juan Manuel Santos, la carta de Uribe y de buena parte de la aristocracia colombiana.

Desde entonces, Mockus no ha parado de repuntar. El también candidato independiente, también matemático, pedagogo y ex-alcalde exitoso (pero de Medellín) Sergio Fajardo, se unió a las filas del equipo Verde. Lo hizo con humildad, y Mockus le respondió ofreciéndole la Vicepresidencia. El ruido no para desde hace días, la espuma verde sigue subiendo, los abstencionistas se contagian, hoy hay más medios para participar, la gente se inspira, hace fotos, videos, se pinta la cara y se viste del color de la esperanza. Pero Mockus es diferente y hace lo que ninguno ha hecho antes, se pronuncia diciendo que devolverá al Estado 4.500 millones de pesos (1,6 millones de euros) que le corresponden por ley para financiar su campaña, y Peñalosa, que sigue en el equipo, propone que el Estado lo invierta en la construcción de un excelente colegio en un lugar desfavorecido. Lo que podría parecer un acto demagogo, esta vez resulta consecuente con el discurso y actuación que el candidato ha desplegado durante toda su vida. La gran prensa no hace el eco que merece la noticia, pero la Ola Verde ya no se detiene. Organiza caravanas en bicicleta en todas las ciudades del país, la gente cree que de verdad es posible y entonces todo el panorama cambia.

Cuando Colombia ya no se distingue, y todo parece demasiado, Mockus vuelve a sorprender, entonces en una declaración anuncia que tiene principios de Parkinson, pero que no hay de qué preocuparse, al menos en los próximos 12 años. Se genera más noticia, más boca a boca y los neurocirujanos más prestigiosos del país anuncian que votarían por él.

“Si Mockus tiene Parkinson ¿por qué los demás tiemblan?” escribía un caricaturista de la Revista Semana y ahora es la pregunta que inunda las redes sociales. Las respuestas son muchas, es el establecimiento lo que está en juego, un tipo que habla de meritocracia, de legalidad, que no se le conoce vínculo alguno con grupo armado ni caso alguno de corrupción. Un tipo respetado por la academia, la prensa más audaz y los artistas, por los capitalinos y por los jóvenes universitarios y la clase media de gran parte del país. La inmensa mayoría, cansada de las prebendas, la corrupción y las maquinarias, ya está seducida, pero aún la batalla no se ha ganado, ni muchísimo menos. Enfrente, el exalcalde tiene a los de siempre, dos ex ministros, una ex embajadora y dos ex congresistas que representan la política tradicional con todos sus vicios.

Amanecerá y veremos. Mientras tanto, la gente está alegre, muchos siguen en las calles y Ola Verde ya ha llegado hasta Barcelona, donde el próximo domingo 18 de Abril, a las 11h en el Punt Verd de la Sagrada Familia, saldrá un grupo de apoyo organizado por colombianos que sueñan un país distinto.

Y yo, que hace años lo entrevisté y me pareció un tipo brillante, mientras escribo esta columna escucho en la radio que le preguntan: Dr. Mockus, díganos brevemente, pero muy brevemente por favor, ¿por qué votar por usted? - Pues para sufrir menos y tener más alegrías.