Donde te encontré


En al ciudad de la fiesta. En la ciudad de la vida.
En donde nacieron las ganas y la confianza, en donde la sonrisa natural se hizo grande y fuerte, donde los miedos fluyen.
Justamente ahí donde no hay espacio para más, donde no se puede retener, donde se debe perdonar, donde renace la fe.
Junto a mis manos, entre mi alma, bajo mi lengua.
En donde el sol pega de frente, bajo el agua helada. Donde la piel se acuesta, donde la miel acampa. Justo ahí, entre las rocas de una historia jovencita. En el futuro de los incrédulos.
En la torre de los malcriados, en el despacho de la vista amplia, en el restaurante de las celebraciones, en las canciones de nuestros abuelos, en los bailes de los corazones. En nuestros caminitos.
Ahí, donde el clima es perfecto, donde amanecen las sonrisas.
Así, con los ojos cerrados, como cuchara, sobre mi pecho.
Ahí, de donde te puedes levantar cada día a cualquier hora.

Ahí, así, sin más, en mi, quiero que te quedes.

Apuntes de media tarde


Él nunca quiso ser lo que fue. Le tocó, lo empujaron.
Depende de la letra con la que uno elija escribir, el cuento irá tomando cuerpo, o no.
La pecueca es un olor particular, cuando lo sientes, te avergüenzas de ti mismo, y de toda la humanidad.
Hay carreteras que no se acaban, uno las mira y las mira y ellas continúan como hacia el infinito.

Él creció con todos los olores. Todos los olores se confundían en uno solo, el olor a barrio.
Las historias pueden ser buenas, regulares o malas. Si las buenas no las lee nadie, imagine usted lectora, quién puede leer las demás.
Uno podría pensar, por un instante, que en un sitio como este toda la humanidad está reunida.
Hay viajes que parecen el final pero son el principio. Viajes que lo empujan a uno y en los que uno empuja todo.

En aquella cancha de fútbol el olor a pecueca era el menos importante. Esa gente, con tanto calor, no tenía posibilidades de percibirlo.
Siempre he soñado con usted, usted lo sabe y yo también. Usted existe porque yo creo en usted, algún día usted y yo nos encontraremos y le va a tocar alquilar balcón para leer todo lo que ha pasado y se ha perdido.
Las negras que se sienten orgullosas de ser negras tienen una sonrisa más amplia que resto de la humanidad. La gente con pecueca es tan sosa, que ni siquiera se da cuenta de su particularidad.
Los viajes pierden gracia cuando ya no hay posibilidades de perderse en ellos. La principal función de la tecnología es destruir.

Le tocó ser futbolista porque era la única manera de ser alguien.
Algún día tomaré el rumbo y usted, cuando lo revise todo, se dará cuenta exactamente en que fecha fue.
He conocido a una mujer afgana y a una iraquí hace un momento. No he despajado ninguna de mis dudas.
A veces, la vida de las personas es tan miserable que en ellas no hay tiempo para viajar.

Donde todos veían un hueco, el veía un espacio. Donde nadie veía nada, el encontraba una oportunidad.
Entenderá entonces que fue en ese momento cuando dejé la huevonada, la pensadera, el miedo al fracaso y me lancé al agua helada.
¿Quién le ha dicho a estas mujeres que se ven simpáticas en pijama en la biblioteca de la universidad?
Viajar con ella siempre fue un placer, esta vez, las lágrimas se derramaron durante muchas horas. Llorar es de las cosas más placenteras que existen.

Hay jugadores que solo saben correr. Hay personas que solo saben bailar. Los hombres del barrio le enseñaron la paciencia y las mujeres, el movimiento de caderas.
A partir de ese momento, que no será este, maldecirá las veces que me arrepentí, que no seguí, soñará con todo aquello que no conoció.
Todos los tonos de piel, todas las ideas egoístas, todas las opciones, todas las posibilidades aquí reunidas, supuestamente estudiando.
Cuando llega, uno pone la canción del Gran Combo y se siente como un moco. Aún más pequeño, más insignificante. Entiende que hubo una ciudad que uno nunca conocerá. La ciudad donde se juntaron todos, donde empezó la vaina, donde la gente más talentosa del mundo una vez se reunió para ser feliz y transformar el planeta con música.

Tal vez por eso nunca tuvo prisa, ni la tiene ahora. El pescado nunca faltó en su mesa, ni las mujeres en su cama.
Lamento decirle entonces que esto no es más que un ejercicio. Que tendrá que seguir leyendo o esperando, que la vida se escribe en presente y que hoy, solo necesitaba respirar.
Tener pecueca no es el problema. Sacarla a pasear por la biblioteca, sí.
No conocimos esa ciudad y esta es demasiado grande para pertenecer a alguien.

Muchos años después, frente a 50 mil espectadores y varios millones de desdichados televidentes. Contra el campeón del mundo, aceleró el paso, encontró el espacio y metió el balón.
Ya respiré, sabes que si escribo una palabra más, la cago.
Ver un partido definitivo en una biblioteca no es el problema, el problema es el silencio.
Hay viajes que te llevan a ninguna parte, pero te regresan a donde lo puedes todo.

La bola de trapo le enseñó lo fundamental. El resto, siempre fue el resto.
Ni una más.
Nadie la pisará como el maestro, que duro debe ser para él ver esto y hablar bien.

Ir con la bola interna a otro lado. Por todos los caminos, que todos llevan a alguna parte.

Volver, un año después.

No quiero, puedo, siento.
No quiero puedo siento decir que pienso y muero si no estás.
Yo que te construyo, te comparto, yo que aprendo tanto mientras tanto.
Yo tan libre, tan poeta, tan sombrío.
Yo tan tuyo y tu amor tan mío.
Y sin embargo cada noche, cada día en silencio y alegría…
Hay un instante, un suspiro, un atardecer, en el que todo lo mío quiere volver.
Volver por un momento, a dormirse entre tus brazos… rejuvenecer.
Volver, volver a casa, a tu comida, a las prisas, a tus piernas, a nuestros días.
Tu mi música y cintura, yo tus ojos, tu ternura, tu sonrisa, nuestra temperatura.
Tu eres aire, tu eres risa y por eso cada día, por minutos, yo quiero volver.

A nuestra casa otra vez.