Trigonometría.

No se qué es el amor. Quizá es una emoción, quizá es una pasión o quizá solo atracción. Tal vez solo una verdad o lo contrario a la maldad. De pronto un sentimiento o tan solo un pensamiento. Es como un don especial, pero parece algo espacial. ¿Acaso es interesado? ¡No! Pero la verdad, te quiero porque me gustas, porque me atraes, porque eres delgada y de ojos claros como a mi me excitan. Porque me das lo que yo quiero, porque me cuidas, porque piensas como yo y te vistes y hablas como yo. ¿Es más lo que se llora o lo que se ríe? No sé qué es el amor, pero ha interpretado canciones, pintado emociones y escrito poesías. No sé qué es el amor pero no ha querido morir. No sé qué es el amor pero lo han visto mover montañas. No sé que es el amor pero no hay diablo que no lo sienta. No sé qué es el amor, pero ha hecho cantar, bailar, pelear, saltar, ir, venir, reír, soñar, llorar, pintar, correr, enloquecer, volver, volar, pensar, gritar, jugar, conversar, actuar, sudar, aparentar, sentir, vivir y morir. No sé que es el amor, pero no creo que sea tan malo no saberlo. Si lo supiera ya lo conociera, este escrito no existiría y tú no lo leerías. 

Escrito por mi el 11 de Enero de 1999, a los 14 años, durante la clase de Trigonometría. Esta rama de la matemáticas posee numerosas aplicaciones, por ejemplo, sirve en astronomía para medir distancias a estrellas próximas, en la medición de distancias entre puntos geográficos, y en sistemas de navegación por satélites.

Viaje a Tailandia, al ojo del huracán.

(Mas fotos en ojocuadrado.blogpsot.com)

En Barranquilla se come así.
No es lo mismo ir a Bangkok que viajar por Europa o Latinoamérica. Asia es otra cosa. Se entiende pronto, desde la escala en Qatar. En aquel aeropuerto financiado con petrodólares, lleno de lujos y mujeres con burkas completos, buscamos un restaurante que no fuera Mc Donalds para comer kibbe, tahine, tabulleh, hojitas de parra… esa comida que siempre acompañó bautizos, comuniones, quinceañeros y matrimonios de la gente de bien de Barranquilla. La gente de bien de Barranquilla por lo general no son terroristas, más bien hijos e hijas de libaneses que emigraron buscando un mejor futuro, a los que los locales llamaron turcos… y encontraron en el calor del Caribe colombiano, el papayaso para salir adelante con sus comercios.

Bangkok no tiene sueño.
Nos dimos cuenta que estábamos en un lugar distinto cuando al subirnos al taxi el chofer se sentaba a la derecha, como en Londres, pero no hablaba una sola palabra en inglés. Cómo no sabíamos donde debíamos ir, le explicamos que teníamos 300 barras Tailandesas, llamadas Baths, y que con ellas nos llevara hasta donde se pudiera. En España, a las barras les pueden llamar pavos, en el caribe colombiano: lucas. 1.000 barras Tailandesas son más o menos 30 dólares. La recepcionista del hotel tampoco hablaba inglés, así que luego de un breve descanso, tomamos un barco con más pinta de patera que de góndola, rumbo al centro de la ciudad. Bangkok es una selva de cemento, como dice la canción, pero aquí la salsa que suena es agridulce. Es como una gran ciudad sudaca pero con muchos más años de historia: más desordenada, mas contaminada, con parecidos sabores, con distintos sonidos, una ciudad sobre otra ciudad, pero no al estilo de Roma. Una ciudad junto a varias ciudades, pero no al estilo de New York. Bangkok es como un sancocho caliente y muy picante, sin yuca, sin papa, sin maíz, pero con todo lo demás. Ciudad taoísta, cristiana, budista, musulmana y morbosa, con mucha prisa y muchas sonrisas. Una ciudad donde caben todas y donde pocos duermen. En la calle se puede comprar a las 3 de la mañana, por unos cuantos dólares, la camiseta que Falcao usa en el Manchester United, junto con una picada de insectos fritos, un donut de arequipe y un tequila. Nosotros preferimos lo último, que nos tomamos como Dios manda: con sal y limón, debajo de un puente cualquiera, rodeados por algunas prostitutas, mientras una periodista española nos explicaba la reciente dictadura militar que dirige este hermoso país y porque no volvería al suyo, ni loca!

Marc y Hazam.
El primero nació en Estados Unidos y el segundo en la China. Sus respectivos gobiernos son  amigos solo cuando les conviene, pero ellos, desde que se conocieron, supieron que podrían ser algo más. Tal vez por eso, buscaron tierra neutra en Hong-Kong. En su habitación de Bangkok, a donde viajan una vez al mes, tienen un precioso cuadro colgado en el que un gran amigo les retrató con cara de niños, como si se conocieran desde siempre. Eso mismo decía el cantante tropical más importante de Colombia, que los grandes amores se conocen desde antes y lo único que hacen, es encontrarse. Estos dos viven juntos hace más de 10 años, aunque a la familia china no le hizo ninguna gracia que su segundo hijo varón, al igual que el primero, resultara también maricón… poniendo en grave riesgo la descendencia del apellido. Para el padre de Marc, crecido en Utah, tampoco resultó divertido el asunto, pero eso por lo general es así. El amor en pareja solo tiene gracia para la pareja en cuestión. Ahora el abuelo gringo también vive en Tailandia, rodeado de masajistas, pollo picante y gente que se ríe sin explicación. Dejó todo a los 75 años para viajar del centro de los Estados Unidos a sudeste asiático, pero la persona realmente importante de esta peculiar familia llegó justo cuando nosotros nos fuimos: una niña concebida con los óvulos de una polaca que conocieron por internet y que por una buena suma de dinero entregó sus genes europeos para que una chica tailandesa, gestara la criatura. Los espermatozoides los puso el chino, para conservar los apellidos y contentar a la familia. El amor y el cuidado, que es lo único que importa, lo tendrán que poner… todos los demás.

Pum Pam Chow, o Ping Pong Show, como le dicen algunos.
Incluso los amigos gays de Marc y Hazam, nos dijeron que si estábamos pocos días en Bangkok, había que ir a verlo. Llegamos en taxi y llovía agua helada aunque había hecho calor todo el día. Entre el ruido de los carros, las luces de las tiendas, las carpas de mercadillos y el no saber qué hacer, le hicimos caso al primer tipo que nos apareció y nos juró, en un inglés más hablado, que era un show de lujo, una cosa nunca antes vista, -esto último fue cierto- y que la entrada sería gratis, de lo que no habló fue de la salida. Nos subió por unas escaleras húmedas y oscuras encerradas entre dos paredes altas como si de dos piernas se tratara. Entramos al puticlub algo asustados. Era un sitio de mala muerte, nada atractivo. Habían unas mesas vacías y una tarima redonda con criaturas en vestido de baño que se movían sin ganas. La música iba por un lado y ellas por otro. Un par de tipos arrugados observaban sin mediar palabra. Los vestidos de baño se notaban baratos. Las tetas más bien caídas, piernas, caras, culos bastante normales, nada que espante, nada que asombre. Mujeres todas, mujeres reales, mujeres normales, víctimas de un sistema del que hemos sido todos cómplices, víctimas de nuestra curiosidad y de la de muchos otros. Ahí estaban, bailándose las oportunidades. Ahí estábamos, aburridos con la idea, intentando encontrarle la gracia: nos miramos y nos advertimos, repitiendo: -“Una cerveza y nos vamos”-
A los pocos segundos nos asaltaron las chicas en la mesa, no vinieron solas, en sus manos traían vasos con algún licor negro que ahora que lo pienso, debía ser simple coca-cola. Nos preguntaron el nombre en intentaron acariciarnos, no les dejamos y nos acomodamos en nuestras sillas para ver show mundialmente famoso.
Intento resumir: una mujer se abre de piernas, rueda su vestido de baño y muestra su vagina al público. Entonces, pone un cigarrillo, lo enciende y aspira. Así tal cual, y expulsa el humo desde sus labios inferiores, ante la mirada incrédula primero y el aplauso sincero después, del distinguido e internacional público. -“¿qué tan dañino será?”- nos preguntamos. -“¿Alguien se entusiasma a darle un besito?” -Bromeamos- -“Debe tener mal aliento”- Nos respondimos. -“¿Se llamará aliento?” - Nos corchamos.
Sin aliento nos quedamos luego, cuando las damas colocan unos globos en el techo y se introducen un delgado tubo en la vagina. Del tubo, sale disparado un dardo con la fuerza de un cohete espacial, gracias a un extraño movimiento de la pelvis, reventando uno de los globos que se encuentran a por lo menos tres metros.
Nuestra cerveza se acababa y las chicas habían dejado sus vasos con el supuesto licor oscuro en nuestra mesa. Ya venía el gran espectáculo de la noche, el más famosos de todos, ese en el que las chicas introducen en su cuerpo bolas de ping pong y juegan entre ellas.
En ese momento algo pasó: la matrona, la dueña del local o al menos la gerente, la madre de las chicas o la dueña de sus cuerpos nos llamó a su mesa y nos entregó la cuenta: unos 1500 baths!Nos cobraba: 3 cervezas, 2 shows, los licores que supuestamente habíamos invitado a las chicas, más la entrada y las propinas. ¡Bingo! Estafados por idiotas en Thailandia. Quisimos reclamar, incluso mostrar nuestra indignación, llegamos a negarnos y a alzar la voz, pero a los pocos segundos aparecieron dos individuos con cara de tener pocos amigos y muchas horas de entrenamiento en Muay Thai. Si no saben lo que es, pueden volver a ver Kickboxer, aquella película ridícula, de sábado por la tarde que todos vimos, en la que Jean Claude Van Dame reventaba con patadas y puños de vidrio a un calvo con cola de caballo.
Así es, perdimos 120 dólares en media hora del peor show porno de la historia y fuimos a comer con rabia en el primer restaurante mexicano que se nos apareció.

La casa de Budha.
El Gran Palacio tiene 218.400 m2  y entre 1782 y 1925 fue la casa de los Reyes de Thailandia. Aún sigue siendo usado para algunos actos de la realeza, aunque básicamente en la actualidad es un lugar turístico. Nos advirtieron que no hiciéramos caso si al intentar entrar alguien nos dijera que está cerrado, porque lo usan a veces como excusa para enredar a la gente e intentar venderles alguna cosa más. Como la gracia de este viaje era reconocer lo estúpidos que podemos llegar a ser, caímos en la trampa a pesar de la advertencia y terminamos dando un paseo en Tuc-Tuc, el moto-taxi tailandés que por un par de dólares te lleva de un lugar a otro. Nos pasearon gratis por joyerías, sastrerías y almacenes de alfombras hasta que nos enojamos y exigimos que nos volvieran a la puerta del monumento.
Es difícil resumirlo y explicarlo, pero la combinación de piedra, oro, cerámica, baldosa, con guerreros de 5 metros de altura, es increíble. A pesar de la cantidad de turistas en los templos se puede contemplar paz o al menos serenidad. La belleza arquitectónica es impresionante y la disposición de los elementos siempre apuntando hacia el cielo, te recuerda que debe haber algo más sobre nosotros. Al menos eso sentí yo en aquel momento. En cualquier caso, la idea de entrar a un sitio sagrado, en el que te descalzas y te sientas en el suelo para meditar ante un personaje bañado en oro, más pequeño que tú, que se sienta como tú, me parece más bonito que hacerlo frente a un tipo más alto, sin camisa, chorreando sangre desde la frente y con las manos y los pies clavados a una madera en forma de cruz. 

El gran mercado.
Animalitos de cristal, gusanos cocidos, cucarachas asadas, pescados de todos los tamaños, plantas de todos los colores. Artículos para las habitaciones, para los baños, para los carros, para las oficinas. Ropa de todos los estilos. Comida un poco picante, algo picante, picante y muy picante. Camarones y plátanos deshidratados. Cerámica, zapatos, tela, quesos, inciensos, tapetes, cortinas, libros y libretas, discos de vinilo y cintas de enmascarar. Mascotas como perros, gatos, conejos, tortugas. Estatuas de Budha de diversos materiales, formas y dimensiones. Jugos de distintas frutas junto a madera tallada, maletas, medias, pantaloncillos, obras de arte, lámparas de papel. Es el mercado más grande de la ciudad, del país y seguramente uno de los más grandes del mundo. Entramos a las 10 de la mañana y salimos a las 630 de la tarde. Como nosotros, más de 200 mil personas lo visitan cada día del fin de semana, que es cuando está abierto.
Para llegar a él, le intentamos repetir al taxista el nombre que nos habían dicho, pero era imposible recordarlo con exactitud. -“Ah, Chakutchac!”- Dijo. 
En la noche, mientras contábamos la anécdota con unas cervezas buscamos en Spotify, aquella canción que en mi infancia me enseñaron los programadores de Emisora Atlántico:
-“Si me preguntan el ritmo que tu bailas yo le contesto latinoamericano… Cha cun cha el ritmo que se baila, cha cun cha el ritmo que se goza, cha cun cha viene de la Arenosa, cha cun cha… el ritmo que se goza cha cun cha, el ritmo que se baila cha cun cha, el ritmo que se goza Cha cun cha el ritmo que se baila… cha cun cha el ritmo que se goza, cha cun cha, viene de la Arenosa cha cun cha… el ritmo que se goza… Cha Cun Cha…”-

La inolvidable selva de Chiang Mai.
Estuvimos a punto de perder el avión porque habíamos ido a tomarlo al aeropuerto que no era. Eso pasa cuando la comunicación con el taxista es compleja, la ciudad es grande y tú eres un idiota. 
Nos hablaron de elefantes, de ríos y de caminatas por la selva, pero no sabíamos exactamente a qué se referían. Ha sido sin duda, uno de los espacios naturales más impactantes y hermosos de los que haya visitado. La naturaleza sirve para recordar lo pequeño que eres. La humanidad como centro de nada. El hombre como ser depredador de la belleza. Las plantas húmedas que te recuerdan que perteneces a otra cosa, que eres parte de todo, que vienes de otro sitio y que ese cuento del desarrollo y la tecnología, tienen que ver poco con la conexión con uno mismo, con su propia naturaleza, su verdadera historia, su única verdad. Es verdad que no somos naturaleza solamente, no somos animales porque nacimos en el lenguaje, dejamos de ser iguales a partir del primer llanto y sin embargo, ahí, te vuelves parte por un instante de los caminos de piedra, caminos de barro, grandes extensiones cultivadas, hermosos árboles frutales, ríos y cascadas de agua cristalina. Dormir sobre la arena, dormir sobre la nada, dormir sobre todo. Pasar la noche sobre siglos de historia, sobre residuos, restos, pedazos, retazos de miles de historias de vidas pasadas… y entonces, por decisión propia, permanecer ahí: alrededor de una fogata, mientras el guía, una combinación de Jakie Chang con Rambo, nos contaba historias que parecían muy interesantes pero incomprensibles, porque cada dos por tres la marihuana se le subía a la cabeza y carcajadas de mentiras se apoderaban de su alma. Mi hermano habló en chino y la noche cayó como una canción sin música. La lluvia me bañó pa’ recordarme que por dentro y por fuera, no soy más que agua. 

Pattaya, el gran puteadero.
Moría de la risa con la cabeza en el teléfono. En mi casa, en el otro lado del mundo, celebraban una fiesta a la que no fui invitado, pero me colé por el whatsapp. Afuera de aquel bus, un precioso atardecer nos acompañaba mientras salíamos de Bangkok. Habíamos vuelto de la selva la noche anterior y ahora nos dirigíamos a otra. Esta selva era densa como la de antes, pero estaba frente al mar, a 130 kilómetros al sureste de la capital Tailandesa. Este bonito balneario que podría confundirse en mi mente con alguna playa cercana a Santa Marta, en el Caribe o a Ibiza, en el Mediterráneo, se empieza a volver famoso cuando durante la Guerra de Vietnam, los marines estadounidenses lo cogieron de puticlub. Calculamos que habrían unas 40 mil putas en toda la ciudad. Solo en Walking Street recuerdo unos cuarenta locales, uno detrás de otro. Por lo menos 4 kilómetros de establecimientos a cada lado de la calle. En cada local habrían por lo menos 30 prostitut@s. Se trataba de mujeres, abuelas, hombres, gays, lesbianas, bisexuales y transexuales de todos los colores, tamaños, edades y nacionalidades. Pattaya es la otra selva, la que intenta deshumanizarte bajo la barata excusa de la diversión. Ahí están los viejos verdes del norte, ahí están las niñas del sur que se vuelven mujeres mientras hacen la calle. De arriba abajo y de abajo arriba, un polvo aquí, una mamada allá. En Pattaya no hay pezones al descubierto, es el ambiente más lúgubre y extraño en el que haya estado jamás. El aire pesa el doble, como en el infierno, supongo. “Good gay goes to heaven, bad guy goes to Pattaya” rezaba el letrero de un local llamado King. Intentamos mirar con distancia y más o menos lo logramos: una discoteca nos recordó que nadie es normal, el resto nos recordó lo aprendido en la selva, hay que descubrir cada día quienes somos, que queremos ser y a quién le pedimos que nos acompañe. En ese orden. Tal vez por eso, cuando en Pattaya salió el sol, después de tantos días… yo llamé a la Esperanza. 

Volver a Tailandia, volver a mi.
Volvimos a Bangkok completos. Volvimos al pad thai, al cerdo agridulce y a la ropa barata en la puerta del centro comercial. Volvimos a la ciudad caótica, tan parecida a Bogotá, a las sonrisas de una gente que parece honesta. Volver a Tailandia después de meses de revoluciones, fue volver a mi. Como volver a viajar, como volver al blog. Volver a caminar solo, a mirar pa dentro, a no pensar. Volver al presente para desarmar el cubo y poder volver a armarlo. Para poder tragar mejor. Viajar tan lejos para llegar tan cerca. Reconocer en su picardía mi latinidad, mirarme en un espejo de otro idioma, de otro color, de otro tipo de calor. Mirándoles, observándoles, recordándoles, parece que de repente me encuentro a mi mismo entre tanta gente, con mis ojos rasgados, con mi delgadez. Ahí estoy yo, siendo arrasado por ese Tsunami que me atrapa y me suelta en pesadillas desde hace años. Tal vez nací en Tailandia en otra vida, pero ahora me toca vivir esta, con sus tormentas cotidianas, con sus sonrisas y sus atardeceres maravillosos, con sus refrescantes aguaceros después de largas caminatas. Gracias Tailandia por recordármelo aquel día, para decirme que soy fuerte y que estoy preparado, que a veces son necesarios los huracanes y los maremotos, que a veces hay que destruirlo todo para volver a sembrar, para volver a intentar, para un día recoger. Tocará volver a Tailandia con la Esperanza, de volver a volver. Mientras tanto toca seguir, bailando bajo la lluvia.

Tres monstruos y hasta más...


Dolores.

Dolor es que ella me pida que la conquiste.
Que me lo pida con afán, con desespero,
como si se acabara el tiempo, como si se hubiese muerto.
Que la conquiste antes que sea demasiado tarde,
como si hubiera peligro, prisa, problemas, amenazas.
Dolor es verla hermosa y lejana,
Y siempre tan cerca y siempre tan dentro.
Dolor es que me ponga a competir por lo que siempre fue nuestro.
Dolores tiene huevo,
Dolores me da miedo
Dolor es dormir con ella sin saber dónde está,
dolor es bailar con otra.
Dolor tiene los ojos negros como la esperanza,
el pelo rizado como me gusta,
Dolor es uno de mis personajes,
y está tan vivo como los otros,
y tiene tanta fuerza como los otros
y camina lento
y lo destruye todo
y le abre el monte a nuevas esperanzas,
a punta e palo, 
plantación adentro… camará!

Miedo.

El miedo quema cuando tiemblas de verdad.
El miedo consume y carcome.
El miedo representa al tipo que en cualquier sistema, no sirve pa’ na.
O ¿tal vez pa’l cambio?
para correr, para arreglar, para mirar pa otro lado.
Tal vez el miedo sirve para mirarte distinto, 
para mirarme por dentro.
Tal vez el miedo sirve para lo que la poesía es insuficiente,
Jugar a que le hablamos a otros cuando nos hablamos a nosotros.
Tal vez el miedo sirve para pasar el tiempo
para matar el tiempo
para consumir el presente y bloquearlo todo.
Tal vez el tiempo sirve pa algo, me miento.
Seguramente para encontrar respuestas,
pa conquistar mentiras. -“No sirve pa na.”-
Habrá saborear el miedo, hasta mearse, para conocerse.
El miedo advierte,
El miedo duele, si no se atiende…
El miedo entiende…
El miedo avisa…
Tal vez el miedo se va de una sola manera…
No dejando de bailar.

Rabia.

Rabia es imaginarte en sus brazos, en sus playas,
mientras la vida se caga de la risa.
Mientras las risas se burlan de mi.
Rabia son los bolsillos vacíos, la plata insuficiente,
Rabia son los tiempos que no manejamos,
las decisiones que no tomamos,
La impotencia del descontrol.
Rabia es esa llamada para recordarnos que no somos dueños de nada…
Rabia es sentirse pequeño cuando sabes que eres grande.
Rabia es el móvil volando.
Rabia es la rubia y el rubio.
Rabia es el sexo sin amor.
Rabia es no poder aceptar,
Rabia es no soltar, no ceder, rabia es ella, rabia es él.
Rabia es lo que no nos gusta de ti y de mi…
y todo lo que se parece a nosotros mismos
Rabia que lo revienta y lo transforma todo…
Rabia que sale y grita, que suelta y da fuerza.
Rabia necesaria, indispensable, fundamental, rabia…
Rabia en las venas, rabia en el alma.
Rabia que calienta la cabeza y acelera los dedos en el teclado.

Rabia que tal vez nos salve.

Again


Viernes otra vez y otra vez olvidaste la ere.
Otra vez amaneció y todo sigue en el mismo lugar.
Me dije las mismas mentiras y preparé lo mismo para desayunar.
Otra vez besé el polvo y quité la mirada de la luna.
Otra vez me comprometí conmigo y perdí la batalla.
Otra vez intenté escribir una cosa y escribí otra.
Otra vez te extrañé y te hice el amor como la primera vez, como un sueño.
Otra vez estoy aquí y ya no se si voy o si vengo si tengo o si soy.
Otra vez me quedé esperando una palabra y otra vez dije alguna sin querer.
Otra vez imaginarte para otra vez perderte es otra vez llorarte para de nuevo perderme.
Tal vez si fuera músico.. tal vez estas serían tristes y malas canciones, de esas que triunfan…
otra vez y otra vez te las cantaría,
mientras una vez más le arranco energías… al pavimento,
cervezas a la noche,
libros a las bibliotecas,
y le arranco los ojos a ellas y las mieles al sudor,
y otra vez la luna colgada y otra vez le arranco este son.

Y otra vez tu mirada clavada y otra vez clavado el amor.

Por ahí… por aquí.


Debajo del mar de mis meditaciones.
Entre mi pelo, enredada.
En tres y cuatro palabras de un texto académico que se hace poético, 
cuando me habla de ti.
Y en la política que no sirve…
Y en la vida de mi abuela y en la de la tuya,
entre sus barcos y sus rumbas.
En el timbal apretado de la vieja caseta, 
bajo el bailoteo amparo, de la Musa Original.
En Macondo y Cadaqués,
en el veneno del espejo,
en los cuentos peregrinos.
En tus sueños y en los míos.
Frente al horizonte estrellado, por la definición de este proyecto inventado.
En el cielo que miremos al tiempo, aunque tu tiempo no sea el mío.
Te encontraré inclusive, en los besos que no me protagonices más.
En la vida que nos queda, que es la vida que se va.

De tu ausencia


De la mentira de mi indiferencia.
De la fuerza de la costumbre.
De los sueños inconclusos.
De los miedos repetidos.
De la rabia con la vida.
De la esperanza carcomida.
De la historia ya contada.
De los recuerdos vivos en tu espacio vacío.
Del amor que no hicimos.
De tus besos prófugos.
De mi romanticismo crónico.
De este sufrimiento hueco.
De tu voz perdida.
De la noche que me acompaña.
De la luz que no asoma.
De todo eso y de aquí adentro.
De las horas que se pasan.
De ahí, de aquí, 
saco las fuerzas para seguir.
Y sigo entonces… meditabundo a veces,
sonriendo intentando, aparentando que te pierdo…
aprendiendo de mi encuentro.

La victoria es de ustedes.


Hace tres semanas, cuando empezaba el mundial de fútbol, ni yo ni nadie sospechaba, ni presentía, ni soñaba, que pudiéramos reencontrarnos así, de frente, con lo más hermoso de aquel país que nos enseñaron en la escuela. Por aquella época, con 10 añitos, miraba atónito a mi madre quien concentrada en la pantalla, no encontraba la forma de explicarme cómo era posible que a finales del Siglo XX, mataran a un pelao buen moso, por meter un autogol.



Tal vez por eso, y por todo lo que vino después, he vivido casi la mitad de los siguientes años lejos de Colombia, revisándola y extrañándola todos los días, abriendo la página web de cualquier periódico con cierto temor de encontrar algún desastre, y peleándome con amigos y familiares por las redes sociales para convencerles de que el candidato a la presidencia de la mayoría, es muy parecido a lo ya conocido. Por las mismas razones que me duelen, vuelvo a esta tierra cada año, a trabajar en sus municipios, a compartir como profesor en sus universidades, a santificar con rones, sus carnavales.

Quizás también por eso, ni yo ni nadie recordaba cantar el himno nacional con tanta emoción como la que sentimos, acompañados por 60mil almas en cada estadio, una, dos, tres, cuatro veces, durante cuatro partidos de deporte puro, de pasión total. 360 minutos de emoción y orgullo. 360 minutos en los que 23 jóvenes nos explicaron con lujo de detalles que la unión hace la fuerza, que la perseverancia mueve montañas, que la competición es compatible con la amistad, que el coraje y la valentía también sirven pa’ bailar. Los 90 minutos adicionales de hoy, eran adicionales, de ñapa, los jóvenes tenían derecho a ponerse nerviosos ante el histórico local, el árbitro a ser malo y los brasileños a expulsar el balón hacia todos lados. El partido de hoy era para recordarnos que no somos los únicos, que el único objetivo no es ser los mejores, pero que estamos aprendiendo y que podemos con más.

No obstante, sospecho que esta selección no somos todos nosotros, así como tampoco fuimos nosotros quienes matamos a Andrés Escobar. Esta es al selección de algunos de los mejores de nosotros. Fueron los 23 más Pekerman, quienes nos enseñaron con una linda metáfora que el país puede cambiar y trabajar unido, que puede sacar lo mejor de cada uno para sumar en lo colectivo.

El talento es de ellos, de esos veinteañeros que nos demostraron al resto que existe otro país posible, en el que se puede creer y donde no todo vale. Ahora nos toca a nosotros, explicarle a los niños y las niñas mientras se aprenden de memoria el himno nacional, que todo esto es cierto y que puede traspasar pantallas.

Los aplausos son para los gladiadores que corrieron, empujaron, sudaron y nos hicieron bailar. La victoria no es nuestra, es de ellos, de esos que emigraron de sus pueblos, de sus ciudades y de este país, para con su disciplina sacar a sus familias adelante, creyendo en sí mismos con pasión. Esta es la nueva generación de colombianos que sabe que se puede y nos lo demostró, ahora nos toca al resto, ver que hacemos con todo esto.

Juan Guillermo Cuadrado y la paz en Colombia, desde Cariamanga.



Cariamanga es una población de poco más de 20.000 habitantes. Se puede llegar por una carretera pavimentada que comunica con un aeropuerto prácticamente nuevo. El proyecto que me trajo aquí es el mismo que me motiva hace varios años en Barcelona y que el año pasado me permitió tener una linda experiencia en Sabanalarga.Sabanalarga es la segunda ciudad del departamento del Atlántico, tiene 105.856 habitantes, -cinco veces la población de Cariamanga- sin embargo, a diferencia de esta, no solo carece de teatro, tiene un solo hospital en mal estado y el 80% de sus calles sin pavimentar, si no que el único restaurante donde se puede comer con aire acondicionado es la Olímpica. La cadena de supermercados, se instaló en el municipio luego de que el alcalde aprobara un decreto en el que no le cobraría impuestos en los próximos 10 años.

Hace un año, en nuestra expedición junto con dos catalanes, tuvimos que recurrir a la politiquería para usar la casa de la cultura -que tenía el agua cortada-. Para dormir, buscamos en casas de particulares durante días hasta encontrar el único hostal decente en una de las pocas casas con más de una planta.

Cariamanga fue fundada por Francisco de Paula Santander, la gente por estos días se viste de amarillo para ver a su selección y ahora mismo escucho por la ventana música de Totó la Momposina y Jorge Celedón. Cariamanga está clavada entre picos impresionantes, pero no queda en Suiza, aunque he salido a su plaza con el portátil en la mano y nadie me mira con ganas de asesinarme. Ecuador tiene un presidente socialista y aunque este no es el lugar donde más lo votan, los únicos que no hablan demasiado bien, parecen ser los mismos que antes evadían impuestos.

Ayer celebré junto a un cariamanguense, con un jugo de mora en la mano, como Juan Guillermo Cuadrado por la banda derecha, le partía la cadera a un griego y metía un pase magistral que después de 16 años de silencio, nos devolvió la dignidad mundialista. Hoy, temblé de temor y luego de alivio, cuando vi que en Colombia había ganado la posibilidad de la búsqueda de la paz negociada. Lo que se viene no es fácil, requiere unión, perseverancia y algunos sacrificios. Negociar es perder un poco, para ganar en lo fundamental. El sábado Colombia ganó una alegría, el domingo, la posibilidad de tener un gobierno que respete la diferencia. Que no la intercepte, que no la aniquile.

Todo hay que decirlo, Grecia era fácil, el jueves es cuando realmente empieza el mundial. Ahora sí es el momento de demostrar de qué estamos hechos, aunque Juan Guillermo Cuadrado ya lo ha demostrado. Cuando los tiros sonaron, se escondió debajo de su cama. Era 1992 en el Municipio de Necoclí, Antioquia, una región en que las balas paramilitares se volvieron costumbre. Al salir de su escondite encontró que su padre Guillermo había muerto. Fue Marcela Bello, su madre, a quien le tocó comenzar a trabajar en las bananeras de Apartadó, en las que lavaba y empacaba guineos de exportación para darle de comer a su hijo y pagar las ocho mil barras que le costaba la mensualidad en una escuela de fútbol local.Por eso aunque hoy es el día del padre, tanto en Cariamanga como en Medellín, -donde está el mío- mis gracias son para Doña Marcela por valiente y a todas las madres que dejaron su voto, por un país en paz.

Rigoberto Urán, la paz de Colombia y el derecho a soñar.



No es la primera vez, tampoco será la última. Me desperté a la hora que pude y caminé como si nada por las calles de Barcelona, consciente que lo que hacía no era un acto valiente, ni realista, tampoco un gran sacrificio, quizá romanticismo, solamente. Se trata de mantener intacto el derecho a soñar. Pasó un tipo a mi lado en una bicicleta, sombrero vueltiao, mochila arhuaca, un perro que lo acompaña. 

El del voto, no es un derecho tan importante como el derecho a soñar -pensé- mientras imaginaba a las personas que crecieron en este país durante 40 años de dictadura, por estas mismas calles, casi sin ningún derecho. 
Es cierto, hay quienes somos románticos y soñadores, pero no ilusos. Sabemos que la paz, tiene más que ver con acceso a la educación y con la reducción de las desigualdades que con la firma de un papel entre un ejército regular y uno irregular. No obstante, sabemos también lo que cuesta la guerra. Según el Ministerio de Defensa, solo el presupuesto de 2012 superó los 17.699.812.000.000 pesos, no sé leer bien esa vaina, no cabe en mi calculadora ni en mi cabeza, no me interesa conocer jamás tanta plata junta, justamente por mi derecho a soñar. 

En 1984 mi papá y mi mamá soñaron también con un país distinto cuando me trajeron al mundo. Nunca creyeron en los políticos y sin proponérselo, me hablaron de justicia y honradez, de respeto y de ética, de valores y de amor al prójimo.
Hace justamente 30 años se empezó a registrar en Colombia a las víctimas del conflicto armado. A principios de este año llegó a 6 millones de personas. Eso es 5 veces la población de Barcelona, 2 veces la de Medellín, 15 veces Santa Marta!
Soñar no es creer que con la firma de un papel entre dos ejércitos se acabarán los problemas. Soñar es creer que es posible construir unas nuevas reglas de juego, sin fanatismos y sin tanto rencor. Encontrar en el otro, la posibilidad de interlocución. Permitirle la comunicación, no negarle la palabra. Discutirle, debatirle, criticarle, escucharle, regañarle, sin eliminarle.

El resultado de las elecciones parece una pesadilla, pero antes de dormir quiero pensar que hay derechos que no nos quita nadie.
Me acostaré soñando que la paz se despierta cada mañana en cada sonrisa de cada niño y cada niña que se educa, cada músico que se expresa, cada verso que se convierte en poema, cada gota de sudor campesino, cada profesor que queda ronco, cada pedaleada de Rigoberto Urán. Ese man, colombiano como yo, ciudadano como cualquiera, le toca madrugar mañana para seguir de pepe -como diríamos en Barranquilla- en el Giro de Italia. No tiene tiempo pa ver elecciones y cualquiera de los dos: Santos o Zuluaga van a querer una foto con él en estos días.

A Urán le mataron al papá, ciclista como él. -“Los paramilitares se llevaron a los retenidos para que ayudaran a robarse un ganado de una finca y luego los asesinaron”- le respondió hace unos meses en una entrevista a Mauricio Silva en la que éste, también le preguntó: -“¿En qué cree?”- y Rigoberto le dijo: -“En un Dios, en los ángeles. Le pido a mi Dios que no me caiga. No pido para ganar, eso lo tiene que hacer usted, papá. Jamás digo: “Dios, ayúdeme a ganar un Tour de Francia, Diosito”. No, güevón, entrene y deje de güevonear tanto…”-
Y entonces yo, que me cabreo con Dios cada vez que hay elecciones en Colombia, me levantaré mañana rumbo a Bogotá - Quito - Barranquilla... para no olvidar que la única forma de no caer, es seguir pedaleando.



Amanecer

Eran dos abuelos gemelos nacidos en San Petesbusrgo. Tenían la cara arrugada como una uva pasa.
Llevaban en su rostro, el cansancio de los años, la alegría de haberlo aguantado todo.
Se asomaban por la ventana y me miraban con esos ojos verdes incandescentes.
No hablaban, no suspiraban, parecía que tampoco respiraban, solo miraban como si lo supieran todo. 
Una mirada terrorífica y perversa, fría, como inhumana.

Era una parranda de locos desenfrenados. Acalorados, maravillados.
Era una comparsa de borrachos felices, bajo un sol delirante.
Eran ellas, ellos, eran todos y todas confundidos y confundidas unos con unas y otros con otras. 
Y en el medio Batman, como en los 80's, con un traje cutre y pegado a su cuerpo sin musculatura.  
Todos bailaban al son de la champeta menos él, en ciudad gótica se había escuchado toda la vida otro tipo de música. De todos modos entre todos y todas, por adelante y por detrás, lo intentaron apercollar. 

Era una pareja humilde con 5 hijos, una suegra y dos cuñadas que alimentar.
Se habían casado hacía 3 meses para conseguir un subsidio estatal.
En las 6 camas que tenían, -si se le puede llamar cama a viejas colchonetas armadas de espuma y trapos encontrados en las calles- no cabía la familia completa. Por eso unos vivían de día y otros de noche, y tambien por eso los animales descansaban poco y se mantenían con hambre.

Durante aquel amanecer, los pájaros no cantaron, -supongo yo que salieron volando al anochecer, pero ¿qué se yo, cuándo se han visto pájaros negros, volar al anochecer?- El caso es que el cielo estaba despejado cuando desde la ventana los dos viejos vieron como a lo lejos algunas palmeras africanas empezaron a caer y un extrañísimo ruido empezó a abarcarlo todo.
Una mujer con flores en el pelo intentó despertar a la comparsa de borrachos que yacía en el suelo, pero ni siquiera Batman fue capaz de reaccionar.
Todo ocurrió muy rápido. En un abrir y cerrar de ojos.
De repente el agua entraba por las orejas, la boca y la nariz. Los cuerpos flotaban, los objetos tambien. 

Para fortuna de algunos, el león sabía como protegerse y abrumado por la situación empezó a atacar y morder. No sabía nadar, pero seguía siendo el Rey de la selva, así que acabó con los que pudo. Niños y niñas desaparecieron de un bocado. Batman, no se pudo salvar ni a si mismo, mientras yo, que daba en ese momento la vida por saber como terminaba la historia, tuve que despertar, para ir a la universidad.

Co(n)razón.

Porque eres alma, vida y cuerpo. Corazón.
Porque estás loca e histérica.
Porque estás viva, muy viva.
Por como cantas, bailas y haces el amor.

Te amo porque eres libre,
te amo porque me gustas,
me gustas porque te amo,
te amo en fin, porque te perteneces,
porque eres tuya.

Por mi que salten.



Que salten alto, que brinquen, que vuelen como gaviotas, que crucen vallas y mallas, alambres, cuchillas. Que salgan de la pobreza y la miseria inoculada de modo sistemático.
Que salten en honor a los 15 que fueron masacrados o simplemente asesinados o simplemente persuadidos, pero que murieron, ahogados, baleados por el estado español, baleados soñando, desarmados, dejando familias pobres atrás, afuera, en tierra firme.
Que salten en honor a todos los que lo han intentado antes, en honor a los 300 que murieron en aguas italianas hace meses. Que salten todos, aquí cabemos todos, nos va a tocar apañarnos, agrupar nuestros egos, apegarnos a menos.
Que salten por todos los que mueren cada noche intentándolo, los que lo han logrado para nada, los que se han quedado con las ganas.
Que salten por todos los que en Latinoamérica, después de 524 años de invasiones siguen haciendo interminables filas para conseguir un visado de turista para conocer la Sagrada Familia. Que salten por nosotros, los que no podemos salir más de 6 meses de este país.
Que salten por los miles de jóvenes que cada día salen por las fronteras convencionales, en sus aviones y con sus pasaportes tan bonitos, sus teléfonos móviles con Skype, a lavar  platos y retretes, a limpiar calles y a construir casas, en países aún más fríos que este.
Por mi, que salten 20.000, 30.000, que salten 90.000 y que llenen el Camp Nou de música, que siempre he pensado que en ese estadio sobran euros y faltan tambores.

Que salten por los esclavos, por los de ayer y los de hoy, los que no pudieron saltan mientras los europeos los llevaban de un continente a otro. Que se suelten las cadenas y que salten, que salten por los políticos que se esconden tras estas cortinas de humo. Que salten por los chinos y rusos que especulan con burbujas inmobiliarias auspiciados por locales, que salten por ellos, que salten por todas ellas, las mujeres violadas en las guerras con armas rusas, mientras sacan diamantes y oro, para las bodas de aquí, cobalto para este Mac Book desde el que escribo. 
Que salten hoy y el Dios de verdad los cuide, que sigan saltando, a ver si algún día, con ese salto no solo crean puentes si no caminos, donde como humanidad podamos encontrarnos y andar juntos... 
Que salten al menos, a ver si así salta tanta hipocresía y volamos todos por los aires.