Mi historia con el Barça


El Barça volvió a quedar campeón este año y mientras al menos 100 personas eran capturadas en Plaça Catalunya por destrozos y cientos de miles celebraban pacíficamente en toda la ciudad, yo cantaba las canciones de Ojos de Brujo, en la discoteca Bikini, abrazado a la esperanza.

Mi historia con el Barça no es fácil de resumir. Este post está hace mucho tiempo en mi cabeza y no se ha materializado antes por razones inexactas. Me comenzó a gustar el equipo de rayas hace muchos años, cuando los partidos de la Champions League empezaban con un plato de carne desmechada, arroz de fideos y yuca frita, para terminar en un denso sopor, sutilmente amenizado por los pases precisos de Rivaldo, los goles del holandés Kluivert y un enorme ventilador que me desordenaba mi cabellera cortada como Dios y sobre todo, los hermanos del Colegio del Sagrado Corazón, mandaban.

Entro al tren corriendo, está repleto pero todo el mundo guarda silencio, compostura. Sus bufandas blaugranas recuerdan que aún quedan días para la primavera. El silencio es insoportable y entonces busco explicaciones que me indiquen cómo diablos he podido llegar a emocionarme con un equipo así, en una ciudad así. –Debe ser porque aquí vivo hace casi 4 años y dicen que es el mejor equipo de la historia del fútbol- Entonces el silencio se desvanece y un tipo gordito, morenito, bajito y feíto, toca su pito largo. Se trata de una flauta fabricada por indígenas a la que los usuarios del metro miran con desencanto, mientras su dueño interpreta Gracias a la Vida. Minutos después, solo otro tipo gordito, morenito, bajito, feíto y con camiseta del Che Guevara, le da una moneda al músico como recompensa.
Parecerá increíble, pero tanto tiempo después no dejo de pensar en el camino al estadio Metropolitano de Barranquilla. Éramos por lo menos 6 encaramados en un Chevrolet Chevette del 87, vuelto mierda, que tenía pegado con Contact transparente en su capó, un gigante escudo juniorista, atravesado por un tiburón. Ahí no solo cantaba Diomedes Díaz, también Kinito Méndez, Sergio Vargas, Iván Villazón y el Joe Arroyo. Ahí no solo se tiraba maicena (harina) dentro del carro, también el conductor se empinaba una botella de ron cada vez que sobrepasaba algún otro vehículo vestido de blanco y rojo.

Se me va el tiempo en los recuerdos y llego al estadio. La gente entra ordenada y subimos al último piso en ascensor, nada que ver con los gritos, empujones, pelliscones y correndillas vividas en Barranquilla. Al salir a las gradas la vista me vuelve a impresionar. Cada vez que uno está en el Camp Nou se impresiona. Los jugadores se ven enormes y el público diminuto. Tengo la terrible paranoia de que es el escenario perfecto para un atentado terrorista o al menos una trifulca que termine en matanza. Recuerdo que ningún policía revisó nuestras mochilas, ni nos quitó las correas, nadie se preocupó por decomisar las astas de las banderas, ni revisar nuestros bolsillos, me pega un claro olor a marihuana.

Pienso entonces en el enorme poder de la educación, la cultura y esas maricadas, hasta que afortunadamente Messi toma el balón, se lo pega al botín izquierdo y elude a uno, a dos, mierda! a tres! -Ahí va otra vez ese hijueputa!- exclamo pero el público permanece inmóvil. Corre hasta el centro del área chica como si volara, dispara sin mirar el arco y el balón pega en el palo horizontal. Entonces el público aplaude elegantemente y yo le mento la madre otra vez: no porque lo merezca, no por su error si no por su destreza, no porque otros lo hagan ni porque sea costumbre en este estadio. Se la mento (mentar en catalán es mencionar) porque no hay a quien más mentársela… por solidaridad con el adversario. Se la mento porque aquí no hay Barrabas Goméz, ni Lucho Grau, no hay quien juegue así, no hay a quien insultar. El pobre árbitro se convierte en un espectador mas, un tipo inofensivo, al que no hay que recordarle a la familia.

Si el Barça fuera mi pareja, tendríamos una relación abierta. Cuando se pone bonita, sexy, provocativa, estaría ahí para devorar sus gambetas, sus pases, sus goles, sus pinturas, la compartiría hasta con los amigos de Juan Manuel Santos y haría un trío con Noemí Sanín. Cuando se pusiera pesada, lenta, tonta, borracha de tanto placer, de tanto ganar, de tanto conquistar, le cambiaría a sus jugadores, le daría el chance de perder –aquí perder es traicionar- de joder, la dejaría ir y volver, de verdad. Tal vez, el polvo más bacano de nuestra historia hasta ahora, lo vivimos un año antes de escribir este texto, en un bar de chinos catalano-parlantes al lado de mi casa, el día que Iniesta hizo lo imposible, destruyendo la red del Chelsea segundos antes de terminar la semifinal de la copa. Esa noche, una vieja de al menos 75 años me abrazó sin preocuparse por más nada y yo ahí… celebrando con los chinos, con un bocata de jamón dulce, entendí que por fin hacía parte de esta ciudad.

La última vez que fui al estadio, sin embargo, me volví a preguntar varias cosas. Por ejemplo: ¿Cómo se puede disfrutar un juego donde el rival parece idiota, qué hace uno en el entretiempo si no hay butifarrita con limón? ¿Cómo disfrutar del juego sin que un vendedor ambulante se te atraviese? ¿Cómo aplaudir sin papayera, -o al menos tambores- y sobre todo, cómo gritar gol, sin antes haber insultado a todos? ¿Se puede ser hincha de un equipo que no pierde y al que todos quieren?

Recién llegado pensé que el Sagrado Corazón –por ver tantos partidos con el uniforme corazonista puesto- me había premiado dándome un buen equipo al que querer sin remordimientos, después de años de sufrimiento frente al Atlético Junior de Barranquilla y la selección Colombia. Pero he llegado a la conclusión que ser del Barça puede que sea, como dicen aquí, el millor que hi ha (lo mejor que hay) pero fácil, lo que se dice fácil, no lo es, sobre todo cuando empieza a llover, a cinco o seis grados centígrados,  y descubres que el Camp Nou no tiene techo, para sus 90mil espectadores.

Preguntas necias.

¿Por qué mataron a Gaitán? ¿Por qué mataron a Galán? ¿Por qué mataron a Rodrigo Lara? ¿Por qué mataron a Guillermo Cano? ¿Por qué mataron a Pizarro? ¿Por qué si hay tantos recursos en al tierra hay tanta miseria? ¿Por qué siempre se me quedan las llaves cuando he cerrado al puerta? ¿Por qué no entiendo a las mujeres? ¿Por qué tengo tanta esperanza? ¿Por qué no me gusta el frío? ¿Por qué no me gusta el tecno? ¿Por qué la gente insiste en hacerse daño? ¿Por qué insisten en cobrar lo incobrable? ¿Por qué le quieren poner precio a todo? ¿Por qué no dejo de hacerme preguntas necias? ¿Por qué dejo de escribir? ¿Por qué no dejo de escribir? ¿Por qué me equivoco tanto? ¿Por qué aprendo tan lento? ¿Por qué tanto ego? ¿por qué tantos sueños? ¿Por qué tantas preguntas sin respuesta? ¿Por qué tantas tonterías en este blog? ¿Por qué tanto inconformismo, tanta rebeldía, tanta prepotencia, tanta huevonada?