Entrecruzados


Antonio Cervantes “Kid Pambelé” era un negrito buena gente que creció vendiendo cigarrillos de contrabando entre San Basilio de Palenque y el popular barrio de Chambacú, en Cartagena de Indias, (Colombia) hasta que se convirtió en uno de los mas grandes boxeadores de todos los tiempos, peleando 21 combates de título mundial y resultando imbatible durante 8 años. Luego cayó noqueado por las drogas, la fama y los políticos, para convertirse en una caricatura de sí mismo. Dicen, que el dinero y la fama enloquece a cualquiera.

Stephanie la loca, es la menor de las hermanas del príncipe Alberto de Mónaco. Nació en cuna de oro, con la mejor educación pero sin la menor idea de que hacer con su dinero. Quizá por eso en 1986, cuando Pambelé ya había perdido el título, Stephanie se emputó y se dedicó 5 años a producir un álbum musical que no valió verga. Las ventas fueron decepcionantes, con solamente 30.000 copias facturadas en los Estados Unidos. Desesperada, se le ocurrió aliarse con Michael Jackson, y así grabó la canción “In the closet” que puso fin a su carrera como cantante Pop.

Al año siguiente, Stephanie quedó embarazada de su guardaespaldas, al año siguiente volvió a quedar embarazada, al año siguiente se casó y al año siguiente se divorció, tras unas fotos del marido -“pegandole cacho con una pelaita”- como diría Pambelé. Justamente al año siguiente, el 15 de Mayo de 1998, Stephanie tuvo otra hija, con otro guardaepaldas, y cinco meses después, Antonio Cervantes fue incluido en el Salón de la Fama del Boxeo.
El dinero enloquece, dicen por ahí y quizás por eso, en 2002 Stephanie de Mónaco se fue a viajar en un trailer por Europa, con un domador de elefantes. Al año siguiente, se casó con un acróbata Portugués 10 años menor y al año siguiente, en 2004, se separó. El periódico Universal de Cartagena copió la noticia originalmente publicada en el periódico Bild, de Alemania y distribuida al mundo. Kid Pambelé, en medio de una traba, se limpió el culo con todas sus hojas, en una sucia y vieja calle de la ciudad amurallada.


Gutiérrez era el mejor para sus compañeros de clase. Perdía matemática, química, física, filosofía, dibujo técnico y hasta religión, pero cuando estaba en el área chica tenía absoluto control de la esférica. Podía llevarse a tres defensas con un solo movimiento y mientras miraba una esquina, clavar el balón junto al poste contrario.
López creció junto con las crayolas, los lápices de colores y la plastilina que la mamá traía de su trabajo, mientras bailaba escondida con los discos de Héctor Lavoe, que su papá guardaba como tesoros.
Gutiérrez marcó con el Júnior, en 2007, su primer gol en la Liga Profesional del fútbol colombiano. López para ese año, ya era multimillonaria y junto a su esposo, frente a miles de fans, en el cierre de su gira en Miami, declaró que estaba embarazada.
Gutiérrez frente al noticiero del domingo, pensó que la única felicidad superior a marcar un gol con su equipo amado, sería comerse a una morena como esa. Llamó a su novia, fueron a celebrar y meses más tarde, bautizó a su hija: Yeilou.

Yo, el del piso de enfrente


Me hubiese gustado empezar esta historia con una frase honesta y perfecta al mismo tiempo. Una frase imposible, hermosa, cargada de poesía, o de rabia o de melancolía, en cualquier caso una frase a la que nada le sobrara ni le faltara ninguna palabra, ninguna letra, ningún signo. Una frase que te enganchara como alguna vez quisiera engancharte yo, con toda la pasión, con todo el deseo, con todas mis limitaciones. Sería tan potente este primer párrafo, que no solo te obligaría a imaginarme una vez más, sino que además, sentirías que el tiempo nunca ha pasado, que todo fue una escaramuza del reloj y que vale la pena esperar. Sería una frase que te obligara a revisar la editorial que me publica para buscar su página Web, su mail, su teléfono, su dirección, cualquier cosa con tal de localizarme por medio de ellos… o en su defecto, leer todos mis libros, todos mis sueños, todos mis muertos.

-       Eres un absoluto romántico.
-       Pero de los más brutos.
-       De acuerdo – pensó ella, pero no dijo nada.
-       ¿Hay algo de comer en la cocina?
-       Solo aceitunas de las que no te gustan, de las de hueso.
-       En ese caso toca acompañarlas con un ron con coca-cola.
-       Tráeme a mi uno seco, y doble.

Había tomado un bus durante doce horas para recorrer mil doscientos kilómetros y todos los climas posibles. Bordeó el mar, cruzó el río, atravesó la sabana, trepó la cordillera y una vez en la capital, después de esperar más de cuatro horas en el aeropuerto, pilló el avión. Junto a la ventanilla, a su lado izquierdo, lo acompañaba una señora canosa, con unos lentes gruesos y unos brazos de pieles arrugadas que delataban su máximo tesoro; un cúmulo de experiencias entremezcladas, un montón de historias interesantes que tal vez a él y a muchos otros chicos de su edad podrían servir enormemente, pero que nadie estaba dispuesto a preguntarle. La mirada de aquella vieja, perdida entre las nubes, parecía decirle al mundo en voz baja, sin gritos ni reclamos, que su cuerpo en cualquier momento se iría con toda aquella sabiduría que pocos logran valorar.

Supongo, que con este modo tan ridículo y tan trillado con el que finalmente he empezado, no buscarás la editorial, si acaso, como mucho, pondrías mi nombre en el buscador como lo hace todo el mundo y seguramente te saldrían dos o tres idiotas como yo, con mis mismos apellidos, atiborrando la red de pendejadas: fotos de cumpleaños, post en blogs mediocres, artículos científicos, letras de canciones, concursos de poemas, cualquier cosa que estorbe.

Micaela era la menor y cocinaba las mejores pastas. Era difícil saber cómo lo hacía, ya que las pastas no tienen demasiado misterios ni posibilidades. Los espaguetis, macarrones, pennes y raviolis, eran el alimento más común en aquel piso, el plato que podría hacer cualquiera, inclusive él. Las de Micaela sin embargo, eran unas pastas siempre distintas, siempre frescas, siempre al dente, siempre con el toque perfecto de salpimienta y aceite de oliva, siempre bien acompañadas, siempre apetitosas. Micaela, como las pastas, siempre estaba buena.

-       Hace cuánto la conociste?
-       Siento que la conozco de toda la vida, pero que la descubrí hace 10 noches.
-       ¿Cómo que la descubriste?
-       Sí, así, como cuando los escultores del renacimiento sentían que la piedra les hablaba y ellos esculpían para liberar el ser vivo que había dentro.
-       ¿Cuál renacimiento? ¿Me puedes explicar que le pusiste a esas aceitunas?
-       Tienen un hueso que yo no les metí.

Salomé tenía el pelo negro como el petróleo y usaba unos shorts diminutos mientras estaba en casa. Era igual si era verano, otoño o primavera. Tenía de todos los colores. Inclusive en invierno solía ponérselos y se sentaba frente a una estufa portátil. Era como si hubiese necesidad de coquetear con la lavadora, la nevera, el calentador de gas, o los patéticos personajes que veía cada noche en la televisión de 54 pulgadas. Salomé tenía las piernas morenas más hermosas que él había visto jamás. Piernas de tenista, de patinadora, de bailarina, de trapecista, de pescadora, de campesina, de porrista, de enfermera, de africana, de caribeña, de prostituta, de policía, de asesina, de profesora. Él la miraba caminar y aquel diminuto apartamento cambiaba de color, de aroma, de tamaño, Salomé transformaba todo a su paso, hasta que habría la boca.

Entonces él se asomó, miró para ambos lados, las luces del pasillo estaban apagadas, el televisor gigante permanecía mudo. Ajustó la puerta como quien no quiere cerrarla pero quien tampoco quiere abrirla, y volvió a incorporarse a la conversación.

Sería ridículamente divertido, escribir un texto libre, en el que no sintiera miedo de que me leyeras, en el que no pudieras moverme comas, puntos suspensivos y errores ortográficos. Hubiese sido bonito bonito que te encontraras este texto en el piso, mojado por un aguacero, desojado por un arroyo callejero. Me imagino un libro sin carátula, sin nombre y sin mi nombre y sin embargo, un libro que no pudieras soltar, porque te habla al oído, porque te susurra como seguramente te gusta que te susurren, con palabras babosas y gemidos claros. Un libro en el que te descubras bailando, como siempre te imaginé, como te encontré, como me perdí.

-       Yo creo que nosotros, en esta casa, somos un matrimonio, osea esa institución que solo sirve para cuidar el pa-trimonio.
-       Juana, ¿Qué somos nosotros en esta casa? ¿acaso una familia? Tres mujeres y yo, un hombre que a veces duda hasta de su hombría. ¿qué es la hombría? ¿qué es ser hombre?
-       ¿Pues que quieres que te diga yo? Si no se que significa ser mujer, mucho menos hombre. Lo que se es que ustedes tienen dos cabezas y piensan menos… y que voy por otro trago, quieres?

El día que llegó a aquella casa tenía una mano adelante y otra atrás. Quiso ponerse las dos adelante para detener la erección cuando vio a Salomé y a Micaela en la cocina, con esos shorts, tan pequeñitos, tan juntitos, con esas sonrisas de quienes saben que dominan el planeta entero. Tapó el bulto del pantalón con la mochila y entendió que ahí quería vivir para siempre. No pensó en un trío con las dos morenas, pensó en una familia, donde el sexo, como la comida, fuese una necesidad vital para satisfacer. Ellas lo miraron con indiferencia, como miraban al resto de los terrícolas, y se fueron a comer frente al gran televisor.

Si hubiese tenido disciplina para escribir, te habría vuelto loca o me habría vuelto rico, pero no la tengo, aquí estoy, conóceme, soy un mediocre que escribe solo cuando está solo y despechado, cuando se queda sin Internet, cuando hace demasiado frío para salir o cuando lo obligan, ya sea con un resolver en la cabeza o con unas migajas para el bolsillo. Y tú? Dime que decidiste ser trapecista y perteneces a un circo importante con el que viajas por Europa junto a leones, elefantes y payasos y no un simple salvaje que vuela  de palo en palo, meciéndote sobre todos los que te dan la mano.

Las hermanas Reyes estaban tan buenas y tan huecas que confundían. Nadie sabía si estaban muertas cuando de pronto un derroche de lujuria las embriagaba. Los coches, las drogas, los llantos, los penes, los gritos y los golpes eran las únicas cosas que podían mantenerlas distraídas. Él pensó enamorarse de ellas durante la primera noche y al poco tiempo le recordaron el asco que había padecido por culpa de enamoramientos anteriores. Entendió lo absurdo que era perder tiempo mirando unos senos perfectos como los de Micaela y unas piernas sublimes como las de Salomé. Ella por su parte, carcomida por la intriga, ilusionada en el fondo, le preguntó:

-       Micaela o Salomé?
-       Qué pasa con ellas?
-       Cual de las dos es la que te gusta?

Cuando Juana le explicó a sus compañeras de piso, que un primo suyo vendría a quedarse unos días en aquella casa, ninguna de las dos le prestó mucha atención. Seguramente, pensó ella luego, por el modo en que se refirió a él: “Tengo años que no lo veo, al menos 15, crecimos juntos, era una linda persona y ahora anda con una mano adelante y otra atrás”.

-       Claro que no!

Ella se movió evitando que se le viera la alegría, pero luego miró sus ojos grises y no pudo impedirse recordar la infancia compartida frente a aquel muelle desvencijado sobre el mar. Recordó, como lo había hecho durante las últimas 12 noches, aquel momento absurdo en el que con cojines y un pedazo de la cama de la abuela, construían bases de guerra americanas, hasta que una vez, con tal de salvar la historia cinematográfica que habían planteado, se dieron un beso de aproximadamente 4 segundos.

-       Y entonces? – Le preguntó.

Él se detuvo, miró hacia la puerta del balcón y se puso de pie. Se dirigió hasta ahí y la abrió. Juana quedó inmóvil, pegada a la silla, le miró el culo y pensó en que llevaba 12 noches masturbándose con más vergüenza que de costumbre.
Él se asomó y se quedó hipnotizado al ver la casa de enfrente, aquella ventana, aquel chorro de luz en aquella cara, aquel mechón de pelo, aquella mirada incrustada en las hojas, en sus hojas, la poesía estaba en la escena, no en el libreto. Aquella soledad, se convertía en rebeldía por leer a esa hora, con ese frío allí afuera.

No me importa si no te lo encontraste de casualidad, si me ha tocado marcarlo, con el numero de tu puerta, sin tu nombre, después de tantas dudas. Siento, en todo caso, que algún día tenía que hacerlo, en este momento, podrás asomarte como casi siempre y, aunque no esté frente a tu ventana, leerás este párrafo y sentirás mi presencia enfrente tuyo, através de la mañana, de la bruma de la calle hasta llegar a mi balcón… y entonces, soñarás conmigo, como yo te he soñado tantas veces y espero seguir haciéndolo, sin miedo a tenerte ni a perderte, mientras yo sueño que caminamos agarrados de la mano, por las calles de esta gran ciudad, de la ilusión.

Ellas son las que mandan, ellas son las que pueden.

Todo empezó temprano, y cuando uno aquí dice temprano, pueden ser las 7 de la mañana, o las 6 o las 5. Entré a la ducha y el agua salió helada en la ciudad más caliente del planeta. Dos horas más tarde estábamos en el hospital para ponernos la vacuna de la fiebre amarilla. La vacuna es gratis aunque el hospital es de verdad. Las colas son eternas, el bochorno insoportable. 25 sillas naranjas bien delineadas en un pequeño cuarto con un ventilador de techo blanco, conformaban la sala de espera. Entre las sillas, el periódico Al día tenía un titular que provocaba una fastidiosa sensación de jolgorio y espanto, ambas al mismo tiempo: “Le hicieron transplante de carátula y el mán quedó bacano”

Un bus, un arroyo y otro bus. Llegamos a La Samaria muy tarde como para viajar a El Paraíso. –“A las 430 lo cierran”-, nos dijo el chofer que viaja en el Expreso Guayú, así que por menos de 2 euros un taxi nos dejó en el Parque Simón Bolívar.
Es una pepa roja, parece dibujada, ninguna fotografía sería suficiente. Cuando se pierde en el mar, es como si se desintegrara despacito, a propósito, como un susurro de amor, como una caricia temprana, como para colorear el cielo, como un suspiro de ensueño, como para recordarnos todo, para atraparnos fácil, para no dejarnos ir. ¿Cómo habría pintado esa pepa Dalí? Acostumbrado a sus casas tan blancas, sus mares tan fríos, sus playas y caminos con todas sus rocas, roquitas, rocosas, sus colores tan amargos y tan hermosos.

Aterrizamos en una habitación de cama doble y nueva, con aire acondicionado, baño propio y televisión de plasma de 32 pulgadas, abrimos un par de portacomidas con arroz blanco, pollo guisado con papa, tajadas de plátano maduro y unos espaguetis viejos. Después de bailar con los dioses y lesionarnos las piernas, salimos nuevamente a sentir la brisa de sus mares, la dulzura de sus limones, el ron de sus helados, la alegría de sus niños, la vigilancia de sus tombos, la piña de sus perros, el hambre de sus putas, el frío de sus pezones, la historia de su historia.

Caminamos varias calles para llegar al mercado. Al mercado de los pantalones de pana, los cartuchos de tinta, las caras de angustia, los vallenatos de los Diablitos, los amigos de lo ajeno, los carritos de juguete, las barajas de cartas, los panes de azúcar, las arepas de huevo, las matas de brujos, las miradas de enfermos, los enfermos de nada. Lugar y no lugar de desplazados insensatos, moribundos arrepentidos, desempleados entusiasmados, prostitutos aguerridos, traficantes invisibles, malhechores reconocidos, políticos bien intencionados, madres sacrificadas y una pareja de alemanes, comiéndose una papa rellena y un jugo de maracuyá. Menos de 2 euros vale el bus desde el mercado de La Samaria hasta la puerta de El Paraíso, a 45 minutos de distancia, entre el mar y al sierra.

El camino de la selva lo tiene todo: barro, culebras, hojas, hojitas, cangrejos, su mano divina y las olas del mar como banda sonora. El Paraíso tiene pocas cosas, pero todas hermosas, el mar imponente, las piedras preciosas, la arena muy blanca y unos huecos profundos donde las tortugas dejan sus huevos dorados, resistiéndose a desaparecer.

Después de un baño en el mar, el sol se fue a dormir temprano y en el cielo se formó la rumba. Un VJ todopoderoso elegía las nubes y las iluminaba al son de la inspiración. Le pedí un poquito y se negó. En El Paraíso, el arroz con camarón es abundante, las noches de fiesta son profundas como el atlántico, tranquilas pero densas, y si las duermes acompañado, no las podrás olvidar jamás.

Ese mar vuelve loca a la gente, la alegría se desborda y te relaja, te excita, te emociona, te hace besar, abrazar, penetrar, arañar, rasguñar, morder y amar. Tomamos una lancha con dos motores, uno no servía bien, el otro no servía. Había un ángel negro y uno blanco, treinta personas, dos delfines, ocho nacionalidades, cuatro arrecheras, una celosa, quince sonrisas, una coqueta, una coquera, y varias pesadillas.

En las playas a donde nos llevó la lancha, Rogelio canta desde hace ocho años y hace poco grabó un disco con Pipe, su hijo talentoso y marigüanero. Cuando era un niño, el viejo aprendió a cantar con los vallenatos de Leandro Díaz, Adolfo Pacheco y Carlos Huertas, con los porros orquestados de la Billos, Juancho Piña y Lucho Bermudez, pero encontró su debilidad cuando la voz de Compay Segundo le comió la cabeza. Entendió que su música no nacía mirando pa dentro del país si no pa fuera. Cruzar la sierra, bajar por el río, llegar a la sabana le resulto entonces más complicado que nadar hasta las islas. Con su guitarra y su voz ronca por el ron, nos paró los pelos, nos exprimió dos lágrimas, nos hizo bailar y nos arrancó 4 euros, aunque el nunca ha visto un billete de esos. –“Pongan En Taganga mandan las mujeres, en el Yotube y ya verán…”- Nos recomendó mientras se perdía entre los rayos de sol que rebotaban en la bahía.

La última noche dijo que compartiríamos la pizza mexicana con Cocacola, pero después de comerse la mitad peleó por la otra media. Entonces, nos jugamos las cartas y soñamos con ser tenistas millonarios, luego, borrachos de cansancio y amor, frente al Bello Horizonte, la Esperanza me abrazó una noche más y al poner su cabeza sobre mi pecho se durmió al instante. De repente yo, con los ojos cerrados y el corazón abierto recordé a los doce pescadores que aquella mañana, frente al televisor, le rogaban a Dios por una victoria de la selección de fútbol femenino, y entonces, finalmente, recordé la canción del viejo Rogelio: “En Taganga ellas son las que mandan, en Taganga mandan las mujeres...”  Dormí en paz.

Fíjate Bien

-Capitán, ya estamos, el muñequito está en el lugar indicado- Le dice el soldado desde el radioteléfono. -Perfecto- le responde el Capitán -ponle las botas, ensúcialas de barro primero, pa que parezca que el man venía del monte y cuando estés listo puedes venir por lo tuyo-.

Juan Esteban Aristizabal es un cantante bastante regular que después de tocar en muchos bares de una de las ciudades más peligrosas del mundo, entre hijueputazos, botellas de aguardiente y tetas de silicona, entendió que lo suyo era el POP y las baladas románticas.

Martina está a cinco puestos y las manos le empiezan a temblar. Revisa todos los documentos nuevamente, se le cae el pasaporte y se pone aún más nerviosa. Piensa en su marido sin piernas, traga profundo y recoge las cosas del suelo, intentando recargar las fuerzas.

El cielo se pone naranja, es un naranja especial, único, veteado de púrpura, rojo y azul. Son las 5 de la tarde y las caras de los muchachos están sonrientes, el día es especial, el dolor de sus piernas muertas ha disminuido, conocerán a su ídolo. Un tipo blanco, buenmoso, finquero, sencillo, mamagallista y poco talentoso, como sus jefes.

El Capitán nunca entendió como pudo ser tan bruto aquel soldado. Volarse las piernas poniéndole las botas a un muerto que cuando estaba vivo, no era más que un bobo, un retrasado mental. Martina nunca entendió porque su marido tenía que haber elegido una profesión como esa y dar sus extremidades inferiores por un país que nada les había dado.
El público le hizo entender a Juancho que defender el español mal hablado no era suficiente, así que al man le tocó visitar el batallón aquel viernes a las 5 de la tarde y ofrecer sus canciones a los heridos, como premio de consolación.

Marcela llega a la ventanilla y responde con monosílabos mientras tiembla, ni siquiera le reciben los papeles, no tiene nada que demostrar, ni a donde huir. Sale de la embajada con los ojos llorosos y camina un par de calles, queda atrapada en el gentío, acaba de empezar el desfile de conmemoración de los 200 años de independencia.

Mi historia con el Barça


El Barça volvió a quedar campeón este año y mientras al menos 100 personas eran capturadas en Plaça Catalunya por destrozos y cientos de miles celebraban pacíficamente en toda la ciudad, yo cantaba las canciones de Ojos de Brujo, en la discoteca Bikini, abrazado a la esperanza.

Mi historia con el Barça no es fácil de resumir. Este post está hace mucho tiempo en mi cabeza y no se ha materializado antes por razones inexactas. Me comenzó a gustar el equipo de rayas hace muchos años, cuando los partidos de la Champions League empezaban con un plato de carne desmechada, arroz de fideos y yuca frita, para terminar en un denso sopor, sutilmente amenizado por los pases precisos de Rivaldo, los goles del holandés Kluivert y un enorme ventilador que me desordenaba mi cabellera cortada como Dios y sobre todo, los hermanos del Colegio del Sagrado Corazón, mandaban.

Entro al tren corriendo, está repleto pero todo el mundo guarda silencio, compostura. Sus bufandas blaugranas recuerdan que aún quedan días para la primavera. El silencio es insoportable y entonces busco explicaciones que me indiquen cómo diablos he podido llegar a emocionarme con un equipo así, en una ciudad así. –Debe ser porque aquí vivo hace casi 4 años y dicen que es el mejor equipo de la historia del fútbol- Entonces el silencio se desvanece y un tipo gordito, morenito, bajito y feíto, toca su pito largo. Se trata de una flauta fabricada por indígenas a la que los usuarios del metro miran con desencanto, mientras su dueño interpreta Gracias a la Vida. Minutos después, solo otro tipo gordito, morenito, bajito, feíto y con camiseta del Che Guevara, le da una moneda al músico como recompensa.
Parecerá increíble, pero tanto tiempo después no dejo de pensar en el camino al estadio Metropolitano de Barranquilla. Éramos por lo menos 6 encaramados en un Chevrolet Chevette del 87, vuelto mierda, que tenía pegado con Contact transparente en su capó, un gigante escudo juniorista, atravesado por un tiburón. Ahí no solo cantaba Diomedes Díaz, también Kinito Méndez, Sergio Vargas, Iván Villazón y el Joe Arroyo. Ahí no solo se tiraba maicena (harina) dentro del carro, también el conductor se empinaba una botella de ron cada vez que sobrepasaba algún otro vehículo vestido de blanco y rojo.

Se me va el tiempo en los recuerdos y llego al estadio. La gente entra ordenada y subimos al último piso en ascensor, nada que ver con los gritos, empujones, pelliscones y correndillas vividas en Barranquilla. Al salir a las gradas la vista me vuelve a impresionar. Cada vez que uno está en el Camp Nou se impresiona. Los jugadores se ven enormes y el público diminuto. Tengo la terrible paranoia de que es el escenario perfecto para un atentado terrorista o al menos una trifulca que termine en matanza. Recuerdo que ningún policía revisó nuestras mochilas, ni nos quitó las correas, nadie se preocupó por decomisar las astas de las banderas, ni revisar nuestros bolsillos, me pega un claro olor a marihuana.

Pienso entonces en el enorme poder de la educación, la cultura y esas maricadas, hasta que afortunadamente Messi toma el balón, se lo pega al botín izquierdo y elude a uno, a dos, mierda! a tres! -Ahí va otra vez ese hijueputa!- exclamo pero el público permanece inmóvil. Corre hasta el centro del área chica como si volara, dispara sin mirar el arco y el balón pega en el palo horizontal. Entonces el público aplaude elegantemente y yo le mento la madre otra vez: no porque lo merezca, no por su error si no por su destreza, no porque otros lo hagan ni porque sea costumbre en este estadio. Se la mento (mentar en catalán es mencionar) porque no hay a quien más mentársela… por solidaridad con el adversario. Se la mento porque aquí no hay Barrabas Goméz, ni Lucho Grau, no hay quien juegue así, no hay a quien insultar. El pobre árbitro se convierte en un espectador mas, un tipo inofensivo, al que no hay que recordarle a la familia.

Si el Barça fuera mi pareja, tendríamos una relación abierta. Cuando se pone bonita, sexy, provocativa, estaría ahí para devorar sus gambetas, sus pases, sus goles, sus pinturas, la compartiría hasta con los amigos de Juan Manuel Santos y haría un trío con Noemí Sanín. Cuando se pusiera pesada, lenta, tonta, borracha de tanto placer, de tanto ganar, de tanto conquistar, le cambiaría a sus jugadores, le daría el chance de perder –aquí perder es traicionar- de joder, la dejaría ir y volver, de verdad. Tal vez, el polvo más bacano de nuestra historia hasta ahora, lo vivimos un año antes de escribir este texto, en un bar de chinos catalano-parlantes al lado de mi casa, el día que Iniesta hizo lo imposible, destruyendo la red del Chelsea segundos antes de terminar la semifinal de la copa. Esa noche, una vieja de al menos 75 años me abrazó sin preocuparse por más nada y yo ahí… celebrando con los chinos, con un bocata de jamón dulce, entendí que por fin hacía parte de esta ciudad.

La última vez que fui al estadio, sin embargo, me volví a preguntar varias cosas. Por ejemplo: ¿Cómo se puede disfrutar un juego donde el rival parece idiota, qué hace uno en el entretiempo si no hay butifarrita con limón? ¿Cómo disfrutar del juego sin que un vendedor ambulante se te atraviese? ¿Cómo aplaudir sin papayera, -o al menos tambores- y sobre todo, cómo gritar gol, sin antes haber insultado a todos? ¿Se puede ser hincha de un equipo que no pierde y al que todos quieren?

Recién llegado pensé que el Sagrado Corazón –por ver tantos partidos con el uniforme corazonista puesto- me había premiado dándome un buen equipo al que querer sin remordimientos, después de años de sufrimiento frente al Atlético Junior de Barranquilla y la selección Colombia. Pero he llegado a la conclusión que ser del Barça puede que sea, como dicen aquí, el millor que hi ha (lo mejor que hay) pero fácil, lo que se dice fácil, no lo es, sobre todo cuando empieza a llover, a cinco o seis grados centígrados,  y descubres que el Camp Nou no tiene techo, para sus 90mil espectadores.

Preguntas necias.

¿Por qué mataron a Gaitán? ¿Por qué mataron a Galán? ¿Por qué mataron a Rodrigo Lara? ¿Por qué mataron a Guillermo Cano? ¿Por qué mataron a Pizarro? ¿Por qué si hay tantos recursos en al tierra hay tanta miseria? ¿Por qué siempre se me quedan las llaves cuando he cerrado al puerta? ¿Por qué no entiendo a las mujeres? ¿Por qué tengo tanta esperanza? ¿Por qué no me gusta el frío? ¿Por qué no me gusta el tecno? ¿Por qué la gente insiste en hacerse daño? ¿Por qué insisten en cobrar lo incobrable? ¿Por qué le quieren poner precio a todo? ¿Por qué no dejo de hacerme preguntas necias? ¿Por qué dejo de escribir? ¿Por qué no dejo de escribir? ¿Por qué me equivoco tanto? ¿Por qué aprendo tan lento? ¿Por qué tanto ego? ¿por qué tantos sueños? ¿Por qué tantas preguntas sin respuesta? ¿Por qué tantas tonterías en este blog? ¿Por qué tanto inconformismo, tanta rebeldía, tanta prepotencia, tanta huevonada?

En-cuentros


Salí de casa corriendo, como siempre. Tocándome los bolsillos para cerciorarme de no haber olvidado las llaves, ni la billetera, ni el móvil. Con el pelo aún mojado por el baño que me había dado, llegué a la boca del Metro de Marina.

Lógico! La T10 estaba vencida! ¿Por qué será que uno siempre se queda sin crédito en el billete de metro cuando más lo necesita?

Retrocedí y llegué a la máquina. Compré con la tarjeta del banco, la tarjeta de metro,mientras imaginaba, ¿Cómo pagarían el pasaje los ciudadanos en 1954? Cuando por primera vez, el metro de Barcelona pasó por ese trayecto?

Hace 46 años, mi abuela esperaba otro barco en el puerto, al que llegaban como siempre, cargados de marineros y comerciantes naves de todos los tamaños y rincones del mundo. Sus ocupantes eran italianos, alemanes, norteamericanos y uno que otro chino  más aventurero que ambicioso.

Una de esas tardes cualquiera, mientras la vieja Tulia recibía navegantes, mi madre con tan solo 11 años, llegaba a casa para encontrarse una triste imagen, difícil de olvidar. Su padre, Thomas Cohen, un inmigrante judío que había navegado por todo el este de los Estados Unidos buscando fortuna, pero que encontró la alegría de vivir 15 años antes, cuando vio a mi abuela por primera vez a los ojos, se había caído en la bañera y ahora,  ante el espantoso silencio e insoportable calor del medio día en el caribe colombiano, yacía sin vida.

¿Cuántas lunas, cuántas canciones, cuánto sudor y cuánta alegría ha pasado desde entonces, cuántas historias cruzadas, cuántas historias por cruzarse, cuantos milagros, cuántas posibilidades?

Salgo de mis preguntas necias y le doy al play del iphone. Ya me acostumbré a ir como todo el mundo aquí. Cada uno en su mundo particular, con sus sonidos preferidos.

Una vez en el tren, busco dónde sentarme y encuentro espacio frente a un par de señoras. Ellas no llevan música y lucen tranquilas, sonríen sin demasiada efusividad. No puedo escuchar nada de lo que comentan pues la Troba Kung Fú levanta a patadas mis oídos, pero puedo imaginar que hablan de historias añejas, de juventudes gastadas, de recuerdos duros y de sutiles satisfacciones. Pienso en mi abuela, la imagino en su mecedora de madera, la misma que “El Gringo”, como llamaban a su marido por su cabello rubio, le trajo del taller de Duncan Phyfe de Nueva York y en la que ella durante mas de 46 años, se meció de cinco de la tarde a siete de la noche, mientras cocía encajes para manteles que sus mismos hijos le compraban.

El metro llega a la parada donde debo hacer el transbordo con el tren de mediana distancia, lo veo anunciado en las pantallas luminosas y corro para no perderlo, pero es demasiado tarde. Las puertas están cerradas y se me escapa el aliento. Ella me mira, yo la miro, pareciera que el vidrio no existiera, pero existe y es grueso, cualquier cosa que quiera decirle, no lo escuchará. Además lleva unos putos audífonos, como todos en esta ciudad. 

Pensé en quitarle los ojos de encima, pero no fui capaz. Sentí enamorarme en ese corto instante, si saber su nombre, sus fantasmas o su estado de salud. Entonces pensé en el viejo Cohen, cuando mi abuela, en el puerto de Barranquilla lo recibía para mostrarle la ciudad, igual que lo hacía con tantos otros viajeros, mientras limpiaban y cargaban la embarcación en la que en algunas horas, volvería a partir. 

¿Puede una mirada generar tantas cosas? ¿Se puede ser tan cursi en pleno siglo XXI? Tal vez, si mi abuela y mi abuelo no se ubisen mirado aquella tarde cualquiera y si durante el segundo siguiente, la puerta no se hubiese abierto como por arte de magia y yo no hubiese subido en aquel vagón, quizá la historia fuera otra. 

Es probable, que si yo no le hubiese preguntado la hora, con la excusa de preguntarle a dónde se dirigía… y si ella no me hubiera contestado que a la misma fiesta que yo, seguramente no hubiese pasado todo lo que ha pasado hasta hoy. Entonces, muy posiblemente diría que no, que no vale la pena enamorarse, en esta época de listas de reproducción personalizadas.

Algo está pasando en Colombia

Columna publicada en Tribuna Latina y Mundo Hispano.

El escenario político se está moviendo con asombrosa rapidez en el país suramericano. Hace unos meses era impensable que no participara en él Álvaro Uribe, el actual presidente, pero la Corte Constitucional declaró inexequible el referendo que le abriría la puerta a un tercer mandato consecutivo, lo que destapó las cartas y sacó a flote a los candidatos que pretenden sucederlo.

Sólo un mes después, la maquinaria uribista -la conservadora y un partido creado a última hora por congresistas vinculados a grupos paramilitares, se presentó a las elecciones del Congreso y, a pesar de la denuncia de compra de votos, logró quedarse con la mayoría de los escaños.

No obstante, eso no fue lo único que pasó el 14 de Marzo. Ese día también estuvo marcado por una campaña que ahora es un fenómeno. El Partido Verde, reconocido en Europa pero reciente en Colombia, hizo una consulta ante el país para elegir a su candidato único. Este personaje, carente de los pesos pesados de la política, debía ser uno de los tres ex alcaldes de Bogotá más populares: Mockus, Peñalosa y Garzón. El primero encarna la transparencia, el segundo la buena administración y el tercero la lucha contra la desigualdad.

La consulta dio como ganador a Antanas Mockus, el más original de todos, y ante el asombro del país todos celebraron su victoria como propia. De familia lituana, matemático de profesión, especialista en filosofía, ética, pedagogía y semiótica, el profesor Antanas Mockus nunca ha sido liberal, tampoco conservador. En su gestión frente a la Alcaldía de Bogotá, redujo las muertes violentas en más del 50%, y a punta de cultura ciudadana cambió la cara de la capital colombiana para siempre.

Días después, se realizó el primer gran debate nacional televisado y es difícil saber si fue la lucidez de Mockus, o la falta de la misma por parte de sus adversarios, la que echó a rodar la primera bola de nieve, que un mes después no ha parado. Internet y las redes sociales vuelven a jugar un papel fundamental. Expresiones como “ese tipo es mucho presidente para este país” o “yo votaría por él pero no va a quedar”, han ido cambiando por innumerables muestras de apoyo y solidaridad. Facebook, la red más popular, se ha volcado a arroparlo y ni siquiera todos sus contrincantes unidos logran superarlo en fans.

Mockus no aparecía mucho en los medios en los últimos años, pero su trabajo académico era persistente, así que decenas de periodistas, columnistas, editorialistas y ciudadanos, le han dado un impulso inesperado que en un par de semanas lo ha catapultado al segundo lugar de las encuestas, muy cerca del primero, el que ocupa el exministro de defensa, Juan Manuel Santos, la carta de Uribe y de buena parte de la aristocracia colombiana.

Desde entonces, Mockus no ha parado de repuntar. El también candidato independiente, también matemático, pedagogo y ex-alcalde exitoso (pero de Medellín) Sergio Fajardo, se unió a las filas del equipo Verde. Lo hizo con humildad, y Mockus le respondió ofreciéndole la Vicepresidencia. El ruido no para desde hace días, la espuma verde sigue subiendo, los abstencionistas se contagian, hoy hay más medios para participar, la gente se inspira, hace fotos, videos, se pinta la cara y se viste del color de la esperanza. Pero Mockus es diferente y hace lo que ninguno ha hecho antes, se pronuncia diciendo que devolverá al Estado 4.500 millones de pesos (1,6 millones de euros) que le corresponden por ley para financiar su campaña, y Peñalosa, que sigue en el equipo, propone que el Estado lo invierta en la construcción de un excelente colegio en un lugar desfavorecido. Lo que podría parecer un acto demagogo, esta vez resulta consecuente con el discurso y actuación que el candidato ha desplegado durante toda su vida. La gran prensa no hace el eco que merece la noticia, pero la Ola Verde ya no se detiene. Organiza caravanas en bicicleta en todas las ciudades del país, la gente cree que de verdad es posible y entonces todo el panorama cambia.

Cuando Colombia ya no se distingue, y todo parece demasiado, Mockus vuelve a sorprender, entonces en una declaración anuncia que tiene principios de Parkinson, pero que no hay de qué preocuparse, al menos en los próximos 12 años. Se genera más noticia, más boca a boca y los neurocirujanos más prestigiosos del país anuncian que votarían por él.

“Si Mockus tiene Parkinson ¿por qué los demás tiemblan?” escribía un caricaturista de la Revista Semana y ahora es la pregunta que inunda las redes sociales. Las respuestas son muchas, es el establecimiento lo que está en juego, un tipo que habla de meritocracia, de legalidad, que no se le conoce vínculo alguno con grupo armado ni caso alguno de corrupción. Un tipo respetado por la academia, la prensa más audaz y los artistas, por los capitalinos y por los jóvenes universitarios y la clase media de gran parte del país. La inmensa mayoría, cansada de las prebendas, la corrupción y las maquinarias, ya está seducida, pero aún la batalla no se ha ganado, ni muchísimo menos. Enfrente, el exalcalde tiene a los de siempre, dos ex ministros, una ex embajadora y dos ex congresistas que representan la política tradicional con todos sus vicios.

Amanecerá y veremos. Mientras tanto, la gente está alegre, muchos siguen en las calles y Ola Verde ya ha llegado hasta Barcelona, donde el próximo domingo 18 de Abril, a las 11h en el Punt Verd de la Sagrada Familia, saldrá un grupo de apoyo organizado por colombianos que sueñan un país distinto.

Y yo, que hace años lo entrevisté y me pareció un tipo brillante, mientras escribo esta columna escucho en la radio que le preguntan: Dr. Mockus, díganos brevemente, pero muy brevemente por favor, ¿por qué votar por usted? - Pues para sufrir menos y tener más alegrías.

Sicotrópico, el rock del Caribe o la siquis del trópico

Según Wikipedia, una sustancia psicotrópica es un agente químico que actúa sobre el sistema nervioso central, lo cual trae como consecuencia cambios temporales en la percepción, ánimo, estado de conciencia y comportamiento. Según Antonio Sánchez, mejor conocido como el Negro, Sicotrópico es la siquis del trópico, que también actúa sobre el sistema nervioso central, lo cual trae como consecuencia cambios temporales en la percepción, ánimo, estado de conciencia y comportamiento. Sin embargo, el bajista y uno de los fundadores de esta banda, asegura que hasta el momento nadie se ha quejado, y que en ningún caso, el aumento de conciertos ha resultado nocivo para la salud.

Por el contrario, para quienes los hemos visto tocar, lo cierto es que Sicotrópico es simplemente Sicotrópico. Se trata de entender el Rock en Español como una posibilidad de continuo mestizaje. Nacidos y crecidos en Barranquilla, un puerto enclavado junto a la desembocadura del río Magdalena en el Caribe colombiano, las canciones de este par de hermanos se construyen entre el Carnaval y la Salsa, la ciudad y la playa, las guitarras eléctricas y las tamboras, entre los que vienen y los que se van, en fin… entre la cotidianidad diversa de esa Latinoamérica que se resiste a que muera la música de calidad.


En la escena del Rock colombiano están trabajando con y para artistas reconocidos a nivel local, nacional y mundial desde hace años, pero ahora han sacado el primer álbum propio y es lo que quieren compartir. Seis canciones con base Rock, cantadas con la melancolía del mar y la furia de El Río. Para los entendidos, se trata de un trío (guitarra, bajo y batería) que sorprende por la madurez en el escenario pero que sobretodo emociona por la armonía en las líneas melódicas y la incorporación de elementos de Jazz junto con sutiles características de folclore colombiano. Lo que producen, dicen, es un Rock con un matiz propio, un matiz que tal vez solo pueda surgir bajo el implacable sol del Caribe para madurar en una ciudad como Bogotá, con casi 10 millones de historias individuales.


Este primer CD fue cocinado en esa ciudad, donde los hermanos Omar y Antonio montaron un restaurante/bar de comida texmex llamado Chihuahua & Sonora. A las 4 de la mañana estaban despiertos cada día, a veces habían dormido, a veces no. A las 5 estaban en el mercado central haciendo la compra, a las 8 empezaban a ensayar, a las 11 a cocinar y a las 13 a servir platos a los primeros clientes, a las 19 se organizaban las mesas para la cena, a las 21 empezaba la fiesta, a las 23 era el concierto.


Cuando se les pregunta si recuerdan esa época como un sacrificio, responden que no con vehemencia, explican que la música ha sido una decisión de vida que han querido afrontar y que nunca haciendo música, la han pasado mal.


Chihuahua & Sonora era el lugar de encuentro de estudiantes, profesionales y uno que otro político, pero sobre todo de poetas románticos, compositores nostálgicos, locos perdidos por la luna… policías que entraban buscando a quien llevarse y salían bailando. Ahí escribió El Negro CocamanTV, en la contra-cara de la comanda, mientras servía unos frijoles. Tras la barra, absolutamente sobrio, Omar creo las melodías de varias canciones, mientras que como DJ, veía pasar la noche, con todo lo que ella trae.


Ahí bailé y canté yo también estas canciones que ahora te hago llegar, con la ilusión de que podamos compartirlas con Barcelona y que la siquis del trópico suene y siga subiendo, como la Espuma de mar.

Del 8 al 11

8.

Tomaste mi mano fuertemente, a pesar del miedo y la desconfianza. Tomaste mi mano con fuerza y me diste fuerza. Fuerza para hacer la fila, para darte un abrazo, para decirte todo con la mirada, para vincularme contigo sin apegarme a ti, para robarte el sueño, para soñar contigo. Subí las escaleras con el corazón fortalecido y no dejaste caer una lágrima hasta que giré y te perdiste tras el ventanal del aeropuerto.

9.

Quise abrazarte, volver a ti, me mandaste al carajo, a la mierda, sos puro corazón. No supe como acercarme, también soy un aprendiz. Tomé tu mano fría de invierno para darte fuerzas, pero ya habías recuperado las tuyas, de las tripas, de entre el alma y armaste el alboroto, alegraste la fiesta y disfrutaste el desorden. Fuiste el centro del mundo, sobretodo del mío.

10.

Pa’ fuera, Pa’ la calle! le gritaste a todos, pero solo yo te escuché. Solo yo te busqué, espero solo yo encontrarte. Te ves divina y lo se, te ves divina y lo sabes. Tu celular me llama solo, yo te llamo solo, nuestros cuerpos se llaman, nuestras vidas se llaman, se desean, se extrañan, a pesar de los pesares.

11.

Tomamos nuestras manos con fuerza y subimos la escalera eléctrica mas juntos que nunca, más pegados que nunca más vinculados que nunca. No hay miedo ni angustia, el acordeón nos hace sentir bien. Compartimos la tambora, bandera tú, bandera yo, audífono tú, audífono yo, se nos acelera el corazón mientras los pies no dejan de moverse.

8.

Disfruté mi espacio, mi fiesta, mi tradición, mis amigos, tu recuerdo. Era extraño estar en casa, sin ti, conmigo, como si tu existieras hace mucho. Como si mi casa te extrañara, como si mis amigos me preguntaran por ti.

9.

Indiscutiblemente eras la reina, una reina sin tesoros ni tierra, que me enseñó una manera de vivir nada mas. En mi mundo gobernabas sin miedo, con la sonrisa inmensa de la Negra Soledá.

10.

Caminabas despacio, con el dolor de cabeza que deja la resaca. Quise preguntarte porque te cuesta tomar conmigo y no cuando estás sin mi. Quise preguntarte muchas cosas que no responderías, quise explicarte tantas que me enredaría, quise solo abrazarte y me lo permitiste, entonces recargue energías para seguir compartiendo domingos, y todo lo demás.

11.

Entraron más de 100 aunque cabían muchos menos. Ahí estaban todos: los de siempre, los de nunca, los carita blanca, los politiqueros, los ladronzuelos, las prostitutas, los empresarios, los profesores, los del vacile efectivo, los de los falsos positivos. Y ahí entraste tú sandungueando. Tú, esa negra linda, presumida, jactanciosa y saramulla, con tu pollera colorá… Entonces pusieron una Cumbia en el templo de la Salsa y tu y yo, bailamos como nunca para hechizarnos para siempre, en este vínculo real.