Venecia, Roma y la madre naturaleza

El martes 31 de Marzo amaneció lloviendo en Barcelona. Al medio día la lluvia era intensa, igual que en la tarde y durante toda la noche, mi mal genio subía mientras las gotas caían y la previsión del tiempo era contundente: “aguacero los próximos días en gran parte de Europa”


El miércoles 1 de Abril también amaneció lloviendo en Barcelona. Pero la Esperanza me regaló una sonrisa y con ella subí al bus que nos llevaría al la terminal C del Aeropuerto del Prat.


Una vez pasado el incómodo momento de explicar que somos colombianos pero estudiantes legales en territorio español y de comer un desayuno bastante catalán, es decir: feo y caro, subimos al avión. Ya en el aire había que decir cualquier cosa: -”Las aerolíneas y los hoteles deberían cobrar la mitad de sus tarifas los días de lluvia”- fue lo primero que se me ocurrió. Al pensar en Venecia, me imaginaba el Barrio Abajo de Barranquilla, no tanto por las casas de colores y las sonrisas de los vecinos, sino por los arroyos tan hijueputas que se forman cada vez que llueve en mi ciudad natal. Derepente, sin explicación, sin permiso y sin ninguna vergüenza, un resplandeciente sol gigante inundó de luz y calor la aeronave como escupiendo la verdad: -”aquí mando yo, a la mierda los pronósticos, la naturaleza decide: este es el juego”

 

La perfecta sonrisa de Esperanza rebotó la luz e iluminó el horizonte hasta que abajo nos encontramos con un hermoso y sorprendente archipiélago en el que resaltaban cúpulas,  canales, crucifijos y barcos de todos los tamaños.


Venecia empieza curiosamente, en la Plaza de Roma, hasta ahí nos llevó el autobus y fue ahí donde compramos los tiquetes para el Vaporetto, algo así, como el metro de Venecia. Una pequeña embarcación donde caben unas 50 personas y que se detiene cada 2 minutos en estaciones sobre la orilla del canal mas importante, el cual atravieza toda la isla. Desde ahí esta ciudad es a lo menos, surreal por tanto no pretendo describir lo que las imágenes explican tan claramente.


Lo primero que hicimos una vez en las calles de Venecia fueron dos cosas: primero maravillarnos y luego perdernos. ¿y a quién le importa perderse en Venecia con la mujer que ama? 

-”Mira la dirección... -dirección, cuál dirección... la de la calle... callé? cuál calle?”- 


En venecia cada tres casas hay una calle, un canal y un puente tan grande como el Puente de Boyacá. Venecia es un laberinto delicioso, un cuento de hadas que en verano huele a mierda y que en invierno no se puede transitar. Un lugar que se hunde en centímetro cada año pero se niega a desaparecer. Una ciudad que se puede caminar en un día y recordar por siempre. Un espacio maravilloso que te regala un día perfecto, solo cuando lo deseas con el alma.


Con la maleta al hombro y sin encontrar el hotel, entramos al primer sitio que nos cruzamos para preguntar por la llegada a nuestro destino. Ahí, un tipo con cara de cachaco nos indicó el camino y nos dijo que la isla era muy pequeña, que solo vivía del turismo y que aunque toda su vida la había pasado en Bogotá, ya estaba mamado, del clima de Venecia.


Llegamos a una casa vieja de puerta pequeña que en efecto se parecía mas a una casa del Barrio Abajo que de la archifamosa ciudad italiana, pero cuando tocamos el timbre, llegó del hotel de enfrente un joven con una sonrisa ancha y un traje de botones. Revisó nuestros nombres y nos dio las llaves.


El sol había bajado su intensidad pero seguía habiendo un bonito día así que disfrutamos de las calles diminutas, de las fachadas de casas preciosamente inhabitadas. Ahí estaba la ciudad de las películas, la de los idilios, la del romanticismo, la de las plazas, las placitas, las iglesias y las góndolas. Ahí estaba toda la pasta italiana y a mi lado su piel canela, sus ojos miel. Ahí estaba mi cursilería y su melosería, ahí estaba Venecia idiotizándonos, hechizándonos, porque enamorarnos mas, ya le quedaba dificil. Ahí estaba una ciudad sin Central Park, sin Torre Eiffiel, sin rascacielos ni avenidas, una ciudad sin metro, sin discotecas y sin Broadway. Una ciudad para no quedarse a vivir, para no volver a visitar. Una ciudad fantástica para guardar por siempre, en la memoria del alma.   


Un atardecer en la Plaza Marco Polo no es gratis, un paseo en góndola no vale 60 euros, una foto y su mano en el puerto no se pueden comprar ni vender, no son canjeables, no hay forma de valorarlos en terminos materiales. Tampoco existen en una dimensión espacial o temporal, solo existen en Venecia, en la ciudad del hasta siempre.  


El vuelo a Roma era a las 8:00am y para llegar a tiempo al aeropuerto había que estar tres horas antes en la Plaza a la que llegamos. Para estar a las 5:00am ahí, había que salir a tomar el Vaporeto a las 4:00am, pero resulta, pasa y acontece que a esa hora no había Vaporeto, osea que tocaba a las 3:45am, caminar por las oscuras, solitarias y desconocidas calles de Venecia para poder llegar con la ayuda de un mapa, mucha intuición y todos los santos posibles al lugar indicado. A las 3:00am nos despertamos muy juiciosos y comprometidos con el itinerario. Entonces, en ese preciso momento, la naturaleza hizo acto de presencia con un refrescante aguacero que para mi parecía una terrible lluvia ácida. 

Así, despues de dudas, rabias y esa frustación que surje mientras te llenas de trapos y te cubres hasta el culo, sabiendo que igual te vas a mojar, salimos del Hotel con el mapa en la mano y la Esperanza intacta.


Tal como estaba presupuestado, a las 9:00am llegamos a Roma y Sabrina pasó por nosotros para decirnos que en su casa no tendríamos que preocuparnos por nada. Pasear por Roma resultó un poco mas fácil pues ya la conocía, aunque esta vez pasear por Roma era disfrutar de sus letras, sus encantos, de su A-M-O-R. Los días de Roma estuvieron llenos de aire fresco, de tranquilidad y caricias. De paseos sin el sol sofocante de la primera vez, sin la cerveza repetitiva y sin la emoción de lo desconocido. La Roma de esta vez era mas terrenal, mas rápida pero mas real. Una ciudad de semáforos dañados, de conflictos sociales, de difcicultades y trancones. En las noches fuimos un bar y a un concierto con Sabrina y sus amigas. Ahí estaba la Roma cotidiana, la que odia al Papa, ama el Reggae y disfruta el Swing, la Roma bisexual, la Roma intercultural, la Roma pija y la Roma pobre. La Roma monótona, la Roma de noches solitarias, decadentes y poco iluminadas. La  Roma que odia a Berlusconi y la Roma inmigrante, rasta, rebelde, hipócrita y temerosa.


De Roma nos despedimos otra vez, antes del amanecer para regresar a Venecia, a nuestra Venecia, la de la Esperanza, la de la ilusión, la mentirosa, la juguetona, la hermosa, la costosa, la inolvidable. Así, entre el sueño acumulado y los trayectos en barco, coche, avión y tren todo se hizo mas rápido, mas mágico y justo cuando nos veníamos, empezaron a caer las primeras gotas de lluvia, como si el planeta nos hablara al oído: -“esta vez quise colaborarles, quise ayudarlos, pero en una próxima... nos vemos”-


Esa noche dormí en mi casa, en mi Barcelona, esta ciudad que es cada vez más mía, extrañamente mía, apasionadamente mía. Esa noche dormí como un bebé mientras Roma y toda Italia era sacudida por un terremoto. El planeta tenía razón: -”aquí manda él, a la mierda los pronósticos, la naturaleza decide: este es el juego.”- 


Cuando escribo este post, una semana despues, la tierra no ha dejado de moverse y 290 personas han perdido la vida muy cerca del lugar donde yo pasé, inolvidables días.