El bobo del pueblo


Este año, por segunda vez consecutiva me puse el mismo disfraz. Teóricamente es de nerd, lo que en los colegios del Caribe llamamos: un caleto o comelibro. Yo, que viví de pelea con el sistema educativo y tuve que regalarle un par de CDs a un profesor del bachillerato para graduarme, no he dejado de estudiar desde entonces.
En la Guacherna de ayer el man se volvió a poner sus tenis negros, sus largas medias grises, se arrequintó la bermuda de cuadros con sus colgantes, ajustó cada uno de los botones de la camisa mangalarga blanca impoluta y luego de ajustarse el corbatín dorado, se engominó el pelo de medio lado. Las grandes gafas negras las ha tenido puestas desde siempre, tal vez por eso no se ha dado cuenta, que este año perdió los lentes.
La gente en Curramba ve al nerd más bien como al bobo del pueblo, ese que lo sabe todo. Ahí estaba otra vez, despelucándose con la brisa fresca de los febreros quilleros. Esquivando marimondas, monocucos y congos, más peligroso que idiota entusiasmado.
La gente al verlo solo y corriendo como imbécil, no sabían si reírse o asustarse. En sus rostros se percibía una extraña mezcla de fascinación y pudor. Antes de que el desfile arrancara, con su estúpida cadencia, el bobo ya había había bailado con medio pueblo y aunque a unos pocos no les hacía mucha gracia, -supongo que no les gustan los espejos- la mayoría lo trataba con cariño y se tomaban fotos con él.
Fue entonces cuando las comparsas empezaron a moverse, que el bobo se apoderó de mi. Dejando que bailara toda mi estupidez. Tantos y tantos días de neurosis, pensando en un futuro que aún no ha llegado, guardando ideas para después. Todas mis bobadas juntas: como cuando le dije a mi madre que no necesitaba estudiar inglés, como cuando dejé las llaves dentro del carro cerrado, como cuando se me olvidan los nombres de la gente, como cuando me hizo falta el compromiso con la esperanza.
Pero este bobo no solo me ha enseñado a perdonarme si no a entender que este bobo somos todos. Una pila de idiotas que celebraban mis bobadas. Un montón de bobos a los que les roban la ciudad y país los mismos vivos de siempre, mientras permanecen embobados frente a un televisor.
Este bobo no comía de cuento, ni se metía con nadie, solo aplaudía como podía, como hueva, mientras el público intentaba seguirle de la misma manera. Hubo de todo: mujeres mayores que junto a sus maridos gritaban “Ayy que lindo el bobitoo...” con lo que me tocaba, en un reflejo de solidaridad masculina, ponerme serio y decirles: “¡Ojo llave, que a tu mujer le gustan los bobos”
Había también quienes gritaban “¡es marica, es marica!” entonces el bobo afinaba un exagerado movimiento de pelvis, como imitando un polvo, con lo que la gente aplaudía y se reía más tranquila, como si homosexuales y heterosexuales, no lo hiciéramos igual. De todos modos, debo reconocer que el bobo se salió de su papel con una carcajada, ante la ocurrencia de un desconocido: “¡Ñierdaaa si es marica, culea pa’ tras!”
Casi al final, después de varios kilómetros de fiesta y risa, de bobada y baile, de canto y reflexión, apareció otro momento inolvidable imposible de prever. El bobo se acercó para intentar animar a un grupo de gente que permanecía seria y perfectamente sentada, de repente, se levanta un tipo con notabilísimo acento de la capital de la república y dice: “¡ala pero si es costeño, ala!” con lo que sus compinches de alrededor, sueltan la risa.
El bobo, sin perder la compostura, reconoce la broma del rolo poniendo su mano para que se la choque y entonces cuando éste, orgulloso lo intenta, el bobo la quita de un tirón gritando: ¡Díganme bobo, pero nunca cachaco!

Hay cosas que solo pueden entender los nacidos en la esquina del Magdalena con el Mar Caribe. Hay cosas que no tienen que ser explicadas sino vividas. Después de 8 años fuera, estoy convencido que escapar de este país, sería una absoluta huevonada. Así que tal vez una de las mejores maneras de hacerle frente a tan inverosímil realidad, sea burlarnos de nuestra propia estupidez.

Una noche en Medallo

En realidad escribo desde Sabaneta, un municipio cercano. Me encuentro en el séptimo piso de un edificio nuevo, de esos que ahora se construyen en Colombia en cualquier esquina. Estoy en un cómodo balcón con bonitas vistas a cafetales. Es la casa de mi padre, con quien comparto un mes después de 8 años viviendo fuera.

Escribo una tesis hace horas, días, años. Dicen que aquí debo inspirarme y que si la termino, hasta podré algún día, cuando me aburra de vivir a mi manera, vivir a la manera de otros, un poco más estable y organizado. Ya saben: menos mundo líquido, más tranquilidad.

Y así, mientras lo hago, mientras leo, escribo, copio, pego, traduzco... veo las luces de los barrios humildes del pueblo a lo lejos, en la montaña, con sus casas color ladrillo, sus calles empinadas desde donde suenan vallenatos de Jorge Oñate que me los acerca el viento con cierto frío... cae la noche y debo estar a unos 11 grados.

Pienso entonces en la familia que no me tocó pero que me encontré por fuera del país, están ahora en Quebec, Munich, Athens (Ohio), Barcelona, todos y todas por debajo de los -10 grados.

Intentó volver a mi lectura: Baczko señala puntualmente que una sociedad sólo podría existir y mantenerse, asegurando un mínimo de cohesión y consenso, en la medida que los individuos preponderan el carácter colectivo sobre el individual: “un sistema de creencias y prácticas que unen en una misma comunidad, instancia moral suprema, a todos los que se adhieren a ella” (1991:21)

Y entonces, como por arte de magia, el Spotify en mi computador, que ahora llamo ordenador, reproduce un CD de un grupo africano, radicado en Francia, que con algunos de mis amigos/as bailé hace algunos años en el Teatro Apolo de Barcelona. Lo curioso es que escucho por primera vez una canción que ignoraba que existiera: Colombia, Mi Corazón.

Entonces yo, que me peleaba ayer con el discurso de una paisa hipercatólica que no quería apoyar el proceso de paz, me salgo nuevamente de la lectura y me pregunto si podré seguir con esta tesis sobre interculturalidad, si podría seguir viendo estas casas a lo lejos, por el resto de mi vida, ¿cuánto tiempo más tendré que escribir este texto psicorígido en el que hay que citar a los que saben? En fin... si es mejor negocio escribir poemas o irme a ver la película, con mi papá.

Ya está, perdón por molestar, les comparto la canción y vuelvo al documento.