Por ahí… por aquí.


Debajo del mar de mis meditaciones.
Entre mi pelo, enredada.
En tres y cuatro palabras de un texto académico que se hace poético, 
cuando me habla de ti.
Y en la política que no sirve…
Y en la vida de mi abuela y en la de la tuya,
entre sus barcos y sus rumbas.
En el timbal apretado de la vieja caseta, 
bajo el bailoteo amparo, de la Musa Original.
En Macondo y Cadaqués,
en el veneno del espejo,
en los cuentos peregrinos.
En tus sueños y en los míos.
Frente al horizonte estrellado, por la definición de este proyecto inventado.
En el cielo que miremos al tiempo, aunque tu tiempo no sea el mío.
Te encontraré inclusive, en los besos que no me protagonices más.
En la vida que nos queda, que es la vida que se va.

De tu ausencia


De la mentira de mi indiferencia.
De la fuerza de la costumbre.
De los sueños inconclusos.
De los miedos repetidos.
De la rabia con la vida.
De la esperanza carcomida.
De la historia ya contada.
De los recuerdos vivos en tu espacio vacío.
Del amor que no hicimos.
De tus besos prófugos.
De mi romanticismo crónico.
De este sufrimiento hueco.
De tu voz perdida.
De la noche que me acompaña.
De la luz que no asoma.
De todo eso y de aquí adentro.
De las horas que se pasan.
De ahí, de aquí, 
saco las fuerzas para seguir.
Y sigo entonces… meditabundo a veces,
sonriendo intentando, aparentando que te pierdo…
aprendiendo de mi encuentro.

La victoria es de ustedes.


Hace tres semanas, cuando empezaba el mundial de fútbol, ni yo ni nadie sospechaba, ni presentía, ni soñaba, que pudiéramos reencontrarnos así, de frente, con lo más hermoso de aquel país que nos enseñaron en la escuela. Por aquella época, con 10 añitos, miraba atónito a mi madre quien concentrada en la pantalla, no encontraba la forma de explicarme cómo era posible que a finales del Siglo XX, mataran a un pelao buen moso, por meter un autogol.



Tal vez por eso, y por todo lo que vino después, he vivido casi la mitad de los siguientes años lejos de Colombia, revisándola y extrañándola todos los días, abriendo la página web de cualquier periódico con cierto temor de encontrar algún desastre, y peleándome con amigos y familiares por las redes sociales para convencerles de que el candidato a la presidencia de la mayoría, es muy parecido a lo ya conocido. Por las mismas razones que me duelen, vuelvo a esta tierra cada año, a trabajar en sus municipios, a compartir como profesor en sus universidades, a santificar con rones, sus carnavales.

Quizás también por eso, ni yo ni nadie recordaba cantar el himno nacional con tanta emoción como la que sentimos, acompañados por 60mil almas en cada estadio, una, dos, tres, cuatro veces, durante cuatro partidos de deporte puro, de pasión total. 360 minutos de emoción y orgullo. 360 minutos en los que 23 jóvenes nos explicaron con lujo de detalles que la unión hace la fuerza, que la perseverancia mueve montañas, que la competición es compatible con la amistad, que el coraje y la valentía también sirven pa’ bailar. Los 90 minutos adicionales de hoy, eran adicionales, de ñapa, los jóvenes tenían derecho a ponerse nerviosos ante el histórico local, el árbitro a ser malo y los brasileños a expulsar el balón hacia todos lados. El partido de hoy era para recordarnos que no somos los únicos, que el único objetivo no es ser los mejores, pero que estamos aprendiendo y que podemos con más.

No obstante, sospecho que esta selección no somos todos nosotros, así como tampoco fuimos nosotros quienes matamos a Andrés Escobar. Esta es al selección de algunos de los mejores de nosotros. Fueron los 23 más Pekerman, quienes nos enseñaron con una linda metáfora que el país puede cambiar y trabajar unido, que puede sacar lo mejor de cada uno para sumar en lo colectivo.

El talento es de ellos, de esos veinteañeros que nos demostraron al resto que existe otro país posible, en el que se puede creer y donde no todo vale. Ahora nos toca a nosotros, explicarle a los niños y las niñas mientras se aprenden de memoria el himno nacional, que todo esto es cierto y que puede traspasar pantallas.

Los aplausos son para los gladiadores que corrieron, empujaron, sudaron y nos hicieron bailar. La victoria no es nuestra, es de ellos, de esos que emigraron de sus pueblos, de sus ciudades y de este país, para con su disciplina sacar a sus familias adelante, creyendo en sí mismos con pasión. Esta es la nueva generación de colombianos que sabe que se puede y nos lo demostró, ahora nos toca al resto, ver que hacemos con todo esto.