Joe Arroyo, 30 años con la verdad!



(Se recomienda ver el video después de leer el texto.)

Todo empezó el viernes de Guacherna. En medio de la nostalgia y el frío del invierno barcelonés, en un restaurante japonés. El chisme, llego por medio del amigo de un amigo al que supuestamente le habían mandado un mail, donde se afirmaba que el mismísimo Joe Arroyo se presentaría en la discoteca Sampues de Barcelona.
  • Que va! Pero si ese man ya no canta!
  • Dicen que ahora si está listo.
  • Eso dicen hace 5 años.
  • Que va... hace como 20.
Escéptico con la noticia, con la imagen de un Congo de Oro en mi cabeza, alcé la copa de cava y brindé con mis acompañantes comentando: -“Barro, con esa vaina no se juega”-

El sábado de Carnaval, mientras un centenar de barranquilleros deliraban con un grupo de millo en la discoteca Habana Barcelona, la reina de turno anunció en la tarima emocionada: -“¡Los que se suban y bailen mejor, se ganan una boleta para el conicierto del Joe, la otra semana!”-

Ya no parecía una mentira, una falacia, un cuento chimbo. No era el día de los inocentes y no podía existir una persona tan mala como para jugar con todos. Prometer una barbaridad de esa índole para luego salir con un chorro de babas. Al menos no en ese momento, no así, durante las únicas cuatro horas al año en las que uno se puede enmaicenar en esta ciudad.

Pocos días antes del concierto aparecieron los grupos en facebook, los carteles, las cuñas y aún todo parecía carreta. Así llamamos a las exageraciones y a los embustes en el Caribe colombiano. Tiene que ser carreta que el Joe Arroyo se presente en Madrid, París y Barcelona el Jueves, Viernes y Sábado respectivamente, después de haberse parrandeado otro Carnaval de Barranquilla. Esa fiesta que se quedó corta en premios para darle, esa fiesta que se hizo grande con su talento, esa fiesta que se enamoró de él y de la que él se enamoró perdidamente, hasta la locura. No podía ser cierto que el Joe fuese a cumplir con esta travesía, al menos no parecía posible a los 56 años, con hipertensión, diabetes, tiroides, una isquimia, problemas renales, motrices y las secuelas de todas sus rumbas.

Así llegamos a la discoteca, muy puntuales pero incrédulos, el domingo a las doce de la noche, como rezaba la boleta.

Luego, me tomé un trago de cerveza que me supo más amargo de lo normal. -“Soy un iluso”- pensé sin decir una palabra, eran las dos de la mañana y no estaba ni el Joe, ni sus músicos. Era la madrugada del lunes, la mayoría de los presentes tenía que ir a trabajar y estaban empezando a perder la paciencia.

Parecía que se cofirmaba la sospecha. Lo que todos temíamos: el Joe no es más que una ilusión perdida, un recuerdo de mil noches de arreboles, la remembranza de lo que ya fue, la voz que no volverá. Mientras lo esperaba reconfirmaba que no podía haber sido cierta esta locura. Nadie sabía si se había presentado en las otras ciudades europeas. Nadie había visto fotos, nadie podía seguir ahí esperando el fantasma de la nostalgia. A las tres y media de la madrugada la mayoría de los asistentes se desesperó y los dueños del establecimiento, angustiados, tuvieron que devolver el dinero a todo el que lo pidió.

Las explicaciones eran como siempre, de toda índole.
  • Dicen que el mán se enfermó con el frío.
  • Dicen que ya viene. Lo que pasa es que viene con la hora de Colombia.
  • Que no, que no! dicen que ya no viene.
  • Dicen que tiene que venir porque ya le pagaron.
  • Ahora dizque está perdido en Barcelona.
  • ¿Se saben la última? No ha venido porque no hay limosina para buscarlo. Como hace dos semanas a Diomedez lo llevaron en limosina a su concierto en el Poble Espanyol, el dijo que también quería una.
  • No hablen mierda, el Joe está juicioso en su hotel, los que no aparecen son los músicos, se fueron de rumba.
La verdad, la única verdad, es que el Joe Arroyo entró casi a las cuatro de la mañana escoltado por la orquesta que el mismo bautizó hace 30 años, cuando tocaba con Fruco y sus Tesos y todo el mundo le mamaba gallo: “Ajá Joe, ¿cuando es que vas a montar tu propia agrupación? Vives es amenazando... ¿Cómo le vas a poner? ¿La Mentira, qué?”

La realidad es que teníamos frente a nosotros al mejor exponente de la música tropical colombiana de todos los tiempos. Lo evidente, es que los que se quedaron se olvidaron del trabajo, de la espera, de la angustia, de los rumores y del precio de la boleta. La única certeza, es que es un milagro verlo vivo y cantando y que igual que hace tres décadas, aunque parecía mentira, era verdad: ahí estaba, con y para nosotros: el Centurión de la Noche!

Está claro que el Joe no tiene el semblante que todos quisiéramos, la voz y la fuerza de antaño han desaparecido, pero para eso están sus canciones grabadas. Esas son sus verdades, la prueba inequívoca de que existió un genio; un genio negro y sabroso, que puso y a bailar a generaciones enteras de un país acostumbrado a la incertudumbre.

La única verdad sobre esa noche estaba frente a nosotros. El Joe cantaba con cuidado, sin excesos, con problemas para moverse y un poco irritado porque el sonido del local no le convencía. De repente, se encontró de frente con la reina, la del Carnaval, a la única que él obedece, entonces fue a la consola, pidió menos brillo y más bajo, se acercó al pianista y le hizo un par de anotaciones con la mirada. Parecía el capitán del barco que cruzaba Bocas de Ceniza, en el aquel absurdo video de Sabré Olvidar.

Esa era justamente la canción que cantaba:
Si tu quieres te perdono, pero deja de pecar...
Y La Verdad le completaba: ¡no-te-has-muerto!
Y como una magdalena... confiesate, aprende a amar
Y el público respondía: ¡no-te-has-muerto!
solo asi te salvarás... pues yo como un chacal
Y mi garganta se reventaba: ¡no-te-has-muerto!

Creo que el Joe nos escuchó, nos entendió.. Se sampó un wicky seco que le pasaron y volvió al micrófono rejuvenecido para sentenciarnos:

Seguire por mi camino... cantando, riendo siempre, y asi yo sabre olvidar!

Tú, olvida lo que quieras Joe Arroyo, pero a mi me enseñaste a bailar en una baldosa, a gozar en la punta 'el pie, a llevar el paso infinito del caminante, a amar el mar y el río... esa gran sociedad. Tu Joesón me enseñó a vivir echao pa' lante y preparao, cantando, riendo siempre, y por eso yo... yo jamás te sabré olvidar.

¡no-te-has-muerto!