Los condenados

Existe un país al tiempo que otro país. Existe un país por dentro de otro país. Existe un país por afuera del mismo país. Existe ahora un país que sueña con un país distinto al que ha tenido siempre, un país sin miedo, sin maquinarias, sin nada que perder. Existe también un país bonito en medio del fuego cruzado, existe la posibilidad de reconstruirlo, de repararlo.
Existe un mundo, una familia, una red, una tribu, un combo, un grupo, un parche, existen emociones más allá de las razones…. Y en esos otros países, de esos otros lugares inexplorados, en esas otras orillas con otras banderas imaginarias, nos encontraremos, porque estamos condenados a encontrarnos.
Condenados a compartir y disfrutar la vida de esos países que al tiempo son muchos otros, desde Quibdó hasta Barranquilla, desde Zambrano hasta Belén de los Andaquíes, desde Popayán hasta Estocolmo, desde Cúcuta hasta Miami, en esos paísitos sentimentales, con esas ideas confusas y apasionadas, en esas vidas vividas, tantas veces arriesgadas, en medio de la precariedad y la violencia, en medio de alegrías y tristezas, en medio de la nostalgia y el miedo, una y otra vez, estamos condenados a encontrarnos. A encontrarnos en el futuro y también en el recuerdo, condenados a encontrarnos en serio, a respetarnos siempre, a defender, proteger y valorar, la vida que nos queda y la que se nos va. 
Estamos condenados a la diferencia, a persuadirla con argumentos, a aceptarla, respetarla y quererla como nos gusta que nos quieran, porque solo así podremos saber quienes somos y quienes no, construyendo nuestros límites, nuestras fronteras, nuestro valor. 
Estamos condenados, quizá a pasarnos la vida repitiendo una parte de la historia hasta poder cambiarla, y lo intentaremos, las veces que haga falta. Porque estamos sentenciados eternamente a la alegría, a la ilusión, como los hinchas de un equipo malo, a ponernos la camiseta, a meterle el corazón. Condenados a trabajar honradamente, como ayer, como hoy y como siempre.
Estamos condenados a la familia que tenemos, a los amigos de antaño, a las bajas pasiones, a las profundas creencias. Condenados a las nuevas familias que construimos, a las búsquedas de siempre, a las distancias, a nuestros miedos y a nuestros paisajes… a todos los climas. Estamos condenados a nuestra música, a nuestros acentos y nuestros ancestros, a nuestras comidas y a nuestros cuentos. 
Estamos condenados a trascender los países, los paisitos, los epicentros, a contemplar y cuidar la humanidad, que aún llevamos por dentro.

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