Día cuarto






Después de encontrar un hostal decente y pegarnos una buena ducha, salimos en busca de una Lisboa menos absurda y la encontramos entre turistas, músicos de la calle, castillos ancestrales, vistas panorámicas impresionantes, calles estrechas donde viejos y chicos jugaban a la pelota y tiendas en las que junto a postales vendían paletas con sabor a café de Colombia.

Como nada podía ser demasiado normal, comimos comida de Senegal, (no me pregunten el nombre ni el sabor) donde una señora que cocinaba borracha porque celebraba el día de la madre sin sus hijos y quien después de un abrazo de Francesca, nos regaló un trago que me quemó la garganta y unos camarones con cara de langostinos.

La noche nos alcanzó en un mirador que parecía incrustado en las 60’s con personajes disfrazados de piratas, africanos tocando tambor en el medio de la plaza, perros de todos los tamaños, un bebé hiperactivo, mujeres lindas con ropas viejas y mas de un loco haciendo malabares. El común denominador, como siempre, la cerveza fría.
Hey Shakiro! Me gritó una loca a la que la noche anterior le dije que era colombiano. Luego llegaron los amigos de Francesca, con los que a pesar del problema de idiomas, después de la cuarta llamada por fin nos habíamos entendido y nos invitaron a una casa de familia–asociación cultural–restaurante, donde había otro concierto de una música brasilera tan pegajosa, que yo bailé como salsa ante la mirada incrédula de los asistentes.


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