El nuevo puente de Cádiz

Necesito una pausa. Escribir muchas veces es detenerse, aunque sea detenerse de estar escribiendo y yo llevo horas, días, semanas y años escribiendo un mismo documento. Necesito otra pausa o empezaré a envejecer más rápido.

A mi lado, en la biblioteca del parque El Retiro, en Madrid, se ha sentado un señor de unos 80 años. Es el tercer día consecutivo que lo veo aquí. Se parece al de UP, la película de animación. El mismo rostro, las mismas gafas.

Hoy está más cabreado que ayer: el Mozilla, el Explorer y el Chrome, abren con un anuncio que él se niega a aceptar, y por tanto, se le cierra la ventana. 

La vuelve a abrir y le pasa exactamente lo mismo, se cabrea cada vez más. 

No se si ayudarle o no, creo que se debería dar cuenta, por sí solo, que solo se trata de leer y luego aceptar, sin importar mucho lo que proponga el anuncio institucional. Pero es terco, sale el anuncio, presiona cancelar impulsivamente y la ventana se cierra otra vez.

Pienso en mandarle un mensaje a mi madre por su cumpleaños, el ser humano que más amo, me ha enseñado a definir lo que soy y lo que no, en qué y a quienes, no me quiero parecer. 

Mi mamá también está envejeciendo, pero tapoco presiona aceptar en la pantalla. Ni se lo mencionen que no le hace gracia, aunque lo sabe, a partir de los 20 años, aunque pongamos cancelar impulsivamente, todos empezamos a envejecer... y cada vez más rápido.

El viejo sigue sin pedirme nada, pero yo me estoy angustiando también con su cabreo, no aguanto, le digo que solo debe hacer clic en aceptar. El me explica, refunfuñando, enojadísimo, que siempre le pasan mil tonterías en esta biblioteca, y que no le aparece Google.

Pienso en los viejos de mi ciudad natal, la mayoría sin pensión ni biblioteca, abandonados por el estado, pero aferrados a sus sonrisas intactas y con una alegría, a prueba de máquinas.

Decido ayudarle a este que es el que tengo al lado. Me regaña, maldice, se emputa, pero el buscador ya lo tiene enfrente. Suspira profundo, guarda silencio, descansa y coloca: Nuevo Puente de Cádiz.

Recuerdo que hace dos días, estaba comiendo pescado frito envuelto en papel: boquerones, puntillitas, calamares, croquetillas en el número 38 de la calle Santa Isabel, comida gaditana, en el barrio Lavapiés.

Giro nuevamente a mi izquierda y ahí permanece el viejo en silencio, con la mirada fija en la pantalla y las manos en los bolsillos, sonríe apaciblemente. En la pantalla hay un video de Youtube, nada más, es la transmisión, en vivo y en directo, de la construcción del puente.

El viejo contempla la obra durante 20 minutos y luego se retira. Yo tampoco sé muy bien que pensar, pero se me ocurre que hacen falta más puentes o que tal vez todos, al menos de vez en cuando, necesitamos re-conocer el puente, que nos trajo hasta aquí.


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