Bella, encantadora


Desde la terraza en la que escribo puedo contar al menos 22 edificios.
El más alto, puede tener más de 30 pisos. El mío, 10.
Estar en Barranquilla 5 meses al año es volver a sentir que no tienes casa o que tienes dos y que no sabes cual es la verdadera.
Que en la otra no eres inmigrante, tal vez turista, residente o simple caminante.
Aquella es la ciudad en la que estudias y trabajas, en esta: bailas.

Esta, la sudaca, la caribe, es peligrosa, contagiosa y pegachenta. Es más corrupta, más injusta, mucho más sabrosa y más violenta. Llevo meses observándola y poco tiempo recorriéndola. Pero reconocerla es tan fácil, cada vez más caótica, más estrecha. De lunes a viernes es intransitable, el transporte público es ineficiente, el calor es asfixiante. Desde donde la miro, en realidad no puedo verla, 22 edificios me la tapan. Me tapan el río, me tapan el centro, me tapan la gente y el alma. Desde donde la miro puedo juzgarla, criticarla, odiarla.

Pero La Puerta Oxidada, por donde entró todo y todo siguió de largo... es la única ciudad que amo. El lugar de los afectos, de castillos desvencijados frente a atardeceres perfectos. De muelles podridos por una mar salada que nos recibió con abrazos.

La que se intenta reinventar en medio del saqueo. La que tiene encantos en cada traspatio, la de la madre cumbia, la de Totó y Petrona, la de los Gaiteros... en la que fácilmente, puedo ser feliz.

Ciudad Tostada, sigue controlada y sin embargo, se revela y se disfraza, se viste distinto y da la vuelta en medio de tanta tanta gente que la defiende y tanta gente se la lucha. Por eso provoca volver a ella, volver a casa, cada vez que se pueda. En Barranquilla me quedo y no es mentira, ni eufemismo, ni canción esclava... es lo que hago cada día, desde que me conozco, desde que me levanto. Vuelvo a ella, vuelvo al nido y vuelvo a mi.

Hay quienes no quieren tener esperanza, hay quienes no sabemos vivir sin ella. Tal vez debería llamarla utopía, porque no la espero. La busco con la esperanza de volver a volver, de confundir y reinar. No sé exactamente que o quién fue lo que me salvó, Tal vez la sonrisa de la abuela, las caricias de la madre, las palmeras de la calle, las miradas autistas, las fiebres tropicales, los jugos de fruta, las caderas peligrosas. Tal vez los encuentros en la esnaqui, las canciones y arepizzas.

Y las ganas de trabajar por lo que eres, de comprometerte con lo que sientes, celebrar por lo que tienes. La belleza de esta ciudad, tal vez radique en la invitación permanente, a sentirte vivo, a ser feliz y a abrazar tus decisiones.

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