Salvaje

Unos ojos inmensos y perdidos en la ventana, labios tan gruesos que sobrepasaban lo que la publicidad anuncia como bello. Trenzas negras y amarillas de pelo apretado y el color del café en toda su piel.

Mientras tanto, esta bestia, esta anaconda que recorre la ciudad por el subsuelo estaba a reventar y ambos, ella y yo, estábamos justo de frente, entre tanta gente de tantas partes, entre tanto mundo y tanto silencio. Justo ahí para mirarnos y no reconocernos.

A mi lado se sentó una señora de la cuarta edad, luego de que un tipo flaco y alto desocupara el puesto, mientras yo seguía hipnotizado con la cara redonda, el pelo atrapado y la sonrisa oculta de la negra inmensa.

Fue entonces cuando no aguante más y abuse de ella. Sin preguntarle nada, sin vergüenza y sin su consentimiento me metí en su cabeza para explorar sus imágenes… ahí me encontré con lo que entre a buscar. Una llanura inmensa, un desierto interminable, muchos negros como ella, mucha música sin alegría, mucho sol, muchos leones, jirafas, elefantes y mucha hambre. Me daba miedo continuar pero ya no podía salir de su África Salvaje, explotada, mutilada, pisoteada por salvajes franceses, ingleses y otros blancos parecidos. Deseando que no se percatara, ahí estaba, sentado en su tierra, explorando su raza y su cultura como ignorante turista de safari.

En un instante, el metro se detuvo en una nueva estación, las puertas se abrieron y entro una señora alta de unos 40 años, tan morena como mi objeto de exploración.
-“Oye chicaa”- Grito mi africana, yo salí expulsado de su cabeza como bala de cañón, y permanecí tan inmóvil como el resto de los pasajeros, alguien tenia voz!
-“Mija!! Que te hiciste ese día? Donde terminaron?”- respondió la cuarentona.
-“Nombe nos fuimos de ese piso, tu sabes que aquí no se puede hace bulla… así que terminamos en el Son Cubano…”-

Ya desde afuera la vi mejor, mi africana era tan caribeña como mi madre, como mi vecina, tan salsera como mi padre, tan alegre como mi mejor amigo. Creció muy lejos del desierto, rodeada por el mismo mar frente al que yo, aprendí a soñar.

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