La sucursal del Caribe.*

*Crónica publicada en www.tribunalatina.com y www.mundohispano.info

Parece mentira pero ya han pasado 40 años desde que en Nueva York se formara ese grupo mítico que cambió la historia musical de los barrios latinoamericanos para siempre. Parece mentira pero ya han pasado 8 años desde que Marcelo y Santiago se encontraron aquel domingo en El Raval para hacer lo que más les gusta: tocar y cantar llenos de melancolía, la música del barrio. No me refiero por supuesto, al barrio barcelonés ni al neoyorkino, si no al de toda la vida. Aquel barrio latinoamericano como tantos otros, donde el hambre y la alegría juegan fútbol en la calle y aprenden a bailar desde temprana edad.

El domingo siguiente cada uno llevó a un amigo y casi instantáneamente, llenos de melancolía, descubrieron el sentimiento que los unía desde las entrañas. Ninguno de los presentes había vivido las protestas por la guerra de Vietnam ni la crisis de los misiles. Ninguno había hecho parte del movimiento hippie y a decir verdad, tampoco habían crecido en los suburbios de una gran ciudad. Ellos nacieron en los 80´s y en la adolescencia gozaban con el rock, el hip hop, el rap, el funk, el jazz y hasta el techno, pero todos tenían algo en común. Compartían en sus recuerdos las voces intactas de Héctor Lavoe, Rubén Blades y Celia Cruz acompañadas por el trombón de Willy Colón y el piano de Richy Ray. Así, disfrutando de la Fania All Star, fue como el domingo se hizo costumbre, la costumbre se hizo fiesta, la fiesta se hizo proyecto y el proyecto realidad.

Hoy, en una de las discotecas más importantes de la ciudad, el tipo de camisa roja, 1.80 de alto, piel blanca como la nieve y los ojos del color del aguacate mira para un lado y para el otro, para el frente y para atrás, no logra entender nada, aunque lo disfruta. Yo me pregunto entonces si habrá perdido algo, o todo. Tal vez perdió el tiempo, el rumbo, su mujer, sus recuerdos, tal vez dinero, tal vez sus barras con sus estrellas, o tal vez, simplemente está perdido, porque nació allí, así, sin ritmo. La chica fea a la que normalmente nadie mira se ha robado el show. La chica guapa a la que normalmente todo el mundo mira ahora pasa inadvertida. Los más jóvenes, los más viejos, los de aquí, los de allá, los que nacieron frente al mar y los que no. El inmigrante y el empresario, el desempleado y el jubilado. Los homosexuales, los negros y los más blancos. Todos intentan aprender mientras remedan a los coreógrafos, tres dominicanos que nunca imaginaron venir a Barcelona para ganarse la vida bailando salsa.


Le pregunto a Marcelo si puedo empezar a tomar fotos, él me responde que puedo hacer lo que quiera, que me sienta como en casa. Atraviesa el grupo de aprendices bailarines sin preocuparse demasiado. Saluda a uno y a otro, no se siente protagonista ni siquiera de esta crónica, me pide prestado el bolígrafo y anota los cinco nombres que le faltaban en un papel arrugado que saca del bolsillo de la chaqueta. Se lo entrega al guardia de la entrada. -“Mis invitados”- le dice mientras le toca el hombro.

Quisiera sentirme en casa. La chica que atiende en la barra es una mulata despampanante, del techo cuelgan hombrecitos morenos con bultos de plátano en sus espaldas y el DJ ha puesto Tania, una de mis preferidas del Joe Arroyo. Sin embargo, algo tiene mi casa que no tiene este lugar. Allá las maracas suenan distinto, acompañadas por cigarras, ranas o pericos. En el Caribe, no hay bailarines que monten coreografías sino rumberos que bailan pa’ dentro, y sudan mas.

Marcelo abraza a Santiago como si no lo hubiese visto hacía meses. Ayuda a probar el sonido y nota lo evidente. Todos están cansados pero felices pensando en lo mismo. El disco que están grabando hace más de 15 días durante 12 horas diarias, los tiene emocionados. Por eso el concierto de esta noche es especial. Darán a conocer la noticia: el primer disco de La Sucursal.

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Tal vez en otra ciudad no habría pasado lo mismo pero Barcelona es definitivamente escenario de un intenso encuentro multicultural, artístico y cotidiano. Tal vez por eso La Sucursal SA se hizo posible. Una orquesta que se tomó el trabajo de investigar en las raíces del género salsero y de montar un extenso repertorio de clásicos, para luego asumir el reto de crear su propia música. La Sucursal SA. hoy son cuatro colombianos, dos españoles, una chilena, dos venezolanos, un norteamericano y hasta una inglesa dando lo mejor de sí en las tarimas, para que los que se encuentran en la pista aprendan a moverse con ritmo, o simplemente, se reencuentren con lo suyo. Mirándoles la cara de felicidad, me pregunto por los otros, los que han quedado del otro lado del charco con su música, su talento y sus sueños, buscando una oportunidad.

¿Qué hace una doctora en Filosofía Ecológica de la universidad de Londres afinando esas trompetas? ¿Qué hace un español golpeando el bongó y las campanas? ¿Qué hace un gringo probando ese trombón?

Intento encontrar la respuesta en sus ojos mientras preparan los instrumentos, pero tal vez la respuesta esté escondida entre las calles laberínticas del corazón de Barcelona. Entonces miro la discoteca, el grupo de novatos ha abandonado las clases, ya no son 20 sino más de 100 personas las que llenan el recinto y supongo que tal vez las respuestas estén ahí, en la sonrisa de cada uno de ellos.

El camerino es demasiado pequeño para 12 músicos y yo en la mitad. Santiago me explica que La Sucursal para él, es “un sentimiento profundo de sabor, amistad y melancolía”. Fernando, un argentino que no sabe bailar Tango pero toca los teclados de esta orquesta, me explica que “La Sucursal SA es como una gran ensalada, un reflejo de esta ciudad y es sobre todo, su proyecto personal”. Además de poco espacio, hay poco tiempo para entrevistas, así que el ritual empieza: ruedan las sillas y sueltan los instrumentos para poder abrazarse. Entre todos, con sus pies, sus voces, y sus manos, hacen una especie de comunión energética, como si tratara de un equipo de fútbol que sale a ganar el partido.

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La música empieza y yo estoy muy cerca de ellos, siento temor de que los flashes de mi cámara los desconcentren pero pasa lo presumible, lo inevitable, lo normal. Soy yo quien no me concentro, la música se mete por mis poros y se me pega a los huesos para recordarme de qué estoy hecho. Me pierdo en el recuerdo de esa patria violenta, indignante y extremadamente alegre donde también crecí bailando.

Viendo sus caras durante el concierto, comprendo sin necesidad de largas entrevistas, ¿Qué es La Sucursal SA?


Se trata pues, de un reflejo de esa manera intensa, emotiva y festiva en la que el pueblo latinoamericano logra revelarse contra sus dramas para defender con orgullo lo que son, o mejor, lo que somos: una sociedad diversa y maltratada. Una mezcolanza de músicas africanas, indígenas y europeas. Multiculturalidad, mucho tiempo antes que el término existiese.

No se ha terminado la segunda canción y a mi empieza a darme igual si esta crónica es publicada o no. Mis pies se mueven impulsados por la fuerza del timbal y el recuerdo de las esquinas, los bordillos y los callejones de mi barrio. Me olvido entonces de las fotos, de la maleta y de los apuntes para concentrarme en el placer de estar vivo.


Lo que pasó de ahí en adelante no es fácil de explicar. Es felicidad, pero también añoranza, nostalgia, evocaciones y soledad. La Sucursal SA es la sucursal de lo que somos, de lo que hemos sido y lo que seremos. Se trata de un punto de encuentro y un digno representante del Caribe en Europa.

Frente a mí una pareja de catalanes bailan al ritmo que disfrutan, los profesores dominicanos dan vueltas como trompos y por ahí, por cualquier parte, pasa el tipo de los 1,80 de alto, la camisa roja y los ojos del color del aguacate gozando como un demente. Entonces sospecho que podría ser yo el perdido, bailando solo, con mi cámara colgada en el cuello y mis pensamientos en la demoledora cintura de la mujer que amo, mientras este gringo definitivamente, ha encontrado su lugar.

1 comment:

Anonymous said...

Excelente!
Manuel Rueda