
Alguien vende guayabas y el cocodrilo parece moverse, la rubia pasa muy cerca y sus pezones destilan el aroma del ron con pasas. Todo pasa y yo vuelvo a mi lectura, mientras mi cabeza atraviesa las historias.
Entonces, una vez más, me siento triste y defraudado pero ellos me salvan. Cuatro columnas de sillas los sostienen, su inocencia los fotalece, las dinamitas no los queman ni condenan, el sonido de la pólvora los vuelve grandes, valientes. No tienen miedo a quemarse, aún no les preocupa que lugar ocupar, solo juegan sobre las sillas para desde ahí, ver más grande el océano... y más lejano el horizonte.