Esta vez no se parecía en nada a las dos veces
anteriores. Ambas habían sido en lugares cerrados, discotecas densas, llenas de
humo, pero con la formidable ventaja de estar con los amigos y con ella. Esta
vez, sin ella y sin amigos tomé un taxi que me dejó junto a la Plaza de los Músicos. En medio de esta, 30 personas escoltadas por la enorme estatua del más grande artista que
ha parido este país, veían la televisión concentrados, bebiendo licor, como si no se enteraran
de lo que estaba sucediendo al lado. Muchos Festivales de Orquestas viví en aquel recinto,
convirtiéndose en guarida de maravillosos recuerdos de adolescencia. Sentí que
el lugar ha cambiado, como mi barrio, como su gente, como todo… y ahí estaba
yo, medio solo.
Entré tarde, ChobQuibTown, a quienes con ella conocí
del otro lado del charco, suben a la tarima para recordarnos que este país es negro,
mulato y zambo. Que suena a bunde, a currulao, a cumbia y que está en pie de
lucha. Que somos inteligentes, alegres, frágiles y contradictorios. Que aquí la
vida vale tan poco, que cada vez, la amamos más.
Calle13 sube luego con la misma camiseta puesta. La
de la selección de fútbol que por estos días tiene encantado a la ciudad y al
país. Entonces, los residentes de Barranquilla le dan una gran bienvenida a los
visitantes y nada vuelve a ser como antes.
La energía desbordante de estos músicos urbanos, contagia
de inmediato a esta ciudad acostumbrada a músicas tropicales y rurales.
Entonces, todo sucede. Sus canciones, llenas de sarcasmo, humor y ritmo sobroso,
ponen a los privilegiados de Barranquilla a bailar como los pobres, a portarse
mal, pero con dignidad, a responder con el alma, cuando la banda pregunta si estamos
vivos y casi a llorar, cuando un grupo de indígenas Guayú, se presentan para protestar
por el desvío del río Ranchería. Ellos y ellas, hombres y mujeres hermosas,
humildes y valientes, resistentes pacíficos, hablan -en su propia lengua- de este
Caribe amplio en lenguajes que no requiere demasiada explicación, que pocos
pueden redactar, pero muchos saben vivir.
Esperanza, que siempre está merodeando cerca, tiene
la capacidad de aparecer en medio de la nada, pero también en medio del
tumulto, justo cuando el presente es más importante que el pasado y el futuro,
cuando la vida sonríe y cuando guarda silencio, cuando amanece y cuando cae la
noche. A partir de ahí dejé de sentirme solo. Esperanza estaba tan hermosa como
siempre, con su perfil trigueño, caribe, canela, cadera perfecta. Esperanza y
yo nuevamente para ser, porque no hay nadie como ella, esperanza y yo para
cambiar el mundo, para darle la vuelta y morir en Hawaii. Nos rodeaban, alegres,
miles de caras de los nuestros, miles de jóvenes que creen en un futuro
distinto, donde las balas no gobiernen, donde no está todo calculado, ni la
vida resuelta, pero donde queda el compromiso, de no desfallecer.
Calle13 lo notó. Notó que esta ciudad es caliente,
pegajosa y diferente como su música, como la ciudad de sus amores con sus
casitas de colores, con el mismo bordillo, la ventana abierta y la misma nevera
repleta de frías. Calle13 nos notó y nos cantó al oído, mientras el guitarrista
hacía un solo espectacular con una máscara de marimonda, para cambiarle el
nombre al Rockmelio y decirle al mundo que aquí, también bailamos así…
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