Lelo de luto


En cada carcajada,
en cada empanada,
en el movimiento pélvico,
y la cara enmaicenada.

En el sudor del medio día,
en el centurión de la noche,
en la brisa que refresca,
en la vida y su derroche.

En los faroles de lucero,
y en las obras de teatro,
en los empujones sin sentido,
y en cada trago barato.

En los ojos enmascarados,
y en los besos de cartón...
nos volveremos a encontrar,
Padre mío,
en la Cumbia madre,
y en la madre que nos parió.

‪#‎lelozopenco‬ ‪#‎yquebobo‬ ‪#‎buscandoalela‬

Treinta y dos

Aprendes a decir no cuando no quieres decir si.
Entiendes que el amor es compromiso y libertad.
Reconoces la vida como un vacilon para guapear en gerundio.
Y disfrutas bailar, dormir y leer contigo.
Sabes que estudiar más solo sirve para entender que sabes poco.
Y así, cuando quieres cantar, cantas, cuando quieres correr, corres, cuando quieres pelear, te retiras.
Contemplas de repente la belleza de los atardeceres como la de las mujeres, permitiéndoles que te calienten la piel, sin que te quemen.
Y caminas por nuevos senderos que otros caminaron ya, porque ya no hay tanto miedo y sabes para qué no sirve el dinero.
Entonces empiezan a pasar vainas raras: pierdes la vergüenza y te ganas la confianza.
Descubres que no es tan difícil aquello de la coherencia.
Mierda!
Las peas te dan más duro, la nostalgia te dura menos... La patria no tiene muros, se encuentra en el mundo entero.
Abrazas a los amigos con más ganas, con el ego te levantas a trompadas, los piropos, los agradeces con distancia...
No te queda otra que perdonarte las huevonadas.
A los 32, miras en los otros tu espejo y aunque aún no te guste lo que escribes, sabes que esto de vivir, empezó a ponerse bueno.

El domingo más triste del año

Alguna vez el fútbol fue realmente importante para mi. Durante años, mantuve la teoría de que la noche más feliz de mi vida, había transcurrido en la Calle 84 de Barranquilla, cuando mi papá me regaló 10.000 pesos para que yo los aprovechara tirando agua desde una camioneta ahí parqueada. Horas antes, Mackenzie rechazaba en contragolpe para Valenciano, el gordo miraba al centro del terreno y la cambiaba rápido para Pachequito. Pachequito picaba por la mitad de la cancha: la pisaba, la paraba, mira por dónde pero no dejaba de correr, se la ponía al Pibe... el Pibe la acariciaba y hacía como que iba a patear... ¡pero si nunca pateaba! cuatro jugadores del América se comían el amague... la pelota quedaba servida para Mackensie que venía de atrás como poseído, se sacaba a Oscarito Córdoba y empujaba el balón al fondo de la red! Minuto 92, año 93.


El estadio entero, con periodistas y recojebolas, bajaba a la cancha a celebrar, mientras el caribe colombiano completico cantaba, con mi papá y conmigo, el himno de Barranquilla a capella, bajo la batuta del negro Perea.


24 años después, lo que llaman fútbol moderno tiene un tufo a negocio particular que no me deja disfrutarlo de la misma manera. De todos modos, aprovechando que estoy en la ciudad, fui a uno de los epicentros de la rumba barranquillera al momento del partido, donde por supuesto, ya todos llevaban horas de fiesta como si aún tuvieran 15 años. Llegué reconociendo que el resultado no era tan importante ya, pues el próximo año, como si nada, volvería a empezar la jugada, el circo, el business, los 130 decibelios de música trojera. “De pronto, hasta he madurado...”- Pensé.

En cualquier caso, el partido no había terminado de empezar, mi cerveza no había llegado a la mesa y ya Nacional habían metido un gol empatando la serie. Solo se escuchaba la cachaca voz del narrador.. como si hubiese habido un muerto, o mejor... como si no hubiesen vivos.

La resilencia es la capacidad para aguantar cipotazos y nada tiene que ver con la genética. Esa voluntad Caribe debe responder más bien, a que hemos sido decapitad@s, violad@s, secuestrad@s y estafad@s desde que empezaron a cambiarnos el oro por espejitos. 

Aquí hemos seguido, con la esperanza de que nos dejen el Galeón San José así se pudra enterrado... 

Ahí estábamos los del Junior, bailándonos la desgracia. Así llegamos al medio tiempo, a punta de champeta y salsa, de wiskey y espuma, como nos enseñaron los mayores. Con la chapa pelada, como cuando jugábamos bola e’ trapo en la mitad de la calle con 13 años...

En tiempo real, sufriendo por unos manes que ahora son menores que nosotros, comiéndonos las uñas como si se acabara el mundo... pero al mismo tiempo gozando arrebataos, como si no fuera verdad que íbamos a penales, como si el presente fuese lo único que existiera.

La estrella que no te ganaste hoy no te la ganarás mañana. Junior perdió y punto. El macho que abrazaba a su hembra ahora tenía la cabeza entre sus piernas, lloraba como el pelao de 13 años que nunca dejó de ser. Su hembra -quien nunca le ha pertenecido- ahora lo consuela como al hijo que comparten... y todo vuelve a renacer.

Llogry, mi amigo, me dijo muy seriamente que no amar al Junior era como no amar a la mamá, recordándome a Galeano que decía que uno solo puede ser del lugar del equipo de sus amores... mientras tanto, por mi mente pasaban los fríos partidos que he vivido en Barcelona donde ante una derrota así, la gente hace rato habría pagado la cuenta y se habría ido a dormir.

Aquí a la fiesta le quedaban varias horas más. La gente se secó las lágrimas y volvió a sacar sonrisas, se subió a las sillas pa’ seguir vacilando, como si el próximo miércoles, hubiese otra revancha.

Entonces, apareció un mago entre el público y la revancha se adelantó como por arte de fiesta, con solo cambiar el canal de las televisiones, se pasó a otro show, a otro circo, a otro bussiness. Miss Colombia se enfrentaba a la de Filipinas y la de USA después de haber sido seleccionada sobre otras 80 candidatas, en un trasnochado y ridículo espectáculo organizado por el racista Donald Trump y que cada año paraliza a Colombia y un puñado de países más, para premiar un tipo de belleza femenina específica. Un modelito que determina la salud de miles de adolescentes y que no permite la diversidad ni en las filas porristas del propio Junior.















Ahí estábamos nuevamente, gozándonos nuestras contradicciones, omitiendo las explicaciones de nuestras miserias. Sufriendo por reinas de mentiritas, en el país de los doctores de mentirita y de las tristezas de verdad.

“Este ha sido el domingo más triste del año.” - Dijo una señora que caminaba medio borracha.

“La fortuna de vivir aquí...” - Pensé sin decir más nada.

“Primero nos roban la estrella y después la corona.” - remató la vieja.

“No te pueden robar, lo que nunca ha sido tuyo.” pensé... y me fui bailando.

El nuevo puente de Cádiz

Necesito una pausa. Escribir muchas veces es detenerse, aunque sea detenerse de estar escribiendo y yo llevo horas, días, semanas y años escribiendo un mismo documento. Necesito otra pausa o empezaré a envejecer más rápido.

A mi lado, en la biblioteca del parque El Retiro, en Madrid, se ha sentado un señor de unos 80 años. Es el tercer día consecutivo que lo veo aquí. Se parece al de UP, la película de animación. El mismo rostro, las mismas gafas.

Hoy está más cabreado que ayer: el Mozilla, el Explorer y el Chrome, abren con un anuncio que él se niega a aceptar, y por tanto, se le cierra la ventana. 

La vuelve a abrir y le pasa exactamente lo mismo, se cabrea cada vez más. 

No se si ayudarle o no, creo que se debería dar cuenta, por sí solo, que solo se trata de leer y luego aceptar, sin importar mucho lo que proponga el anuncio institucional. Pero es terco, sale el anuncio, presiona cancelar impulsivamente y la ventana se cierra otra vez.

Pienso en mandarle un mensaje a mi madre por su cumpleaños, el ser humano que más amo, me ha enseñado a definir lo que soy y lo que no, en qué y a quienes, no me quiero parecer. 

Mi mamá también está envejeciendo, pero tapoco presiona aceptar en la pantalla. Ni se lo mencionen que no le hace gracia, aunque lo sabe, a partir de los 20 años, aunque pongamos cancelar impulsivamente, todos empezamos a envejecer... y cada vez más rápido.

El viejo sigue sin pedirme nada, pero yo me estoy angustiando también con su cabreo, no aguanto, le digo que solo debe hacer clic en aceptar. El me explica, refunfuñando, enojadísimo, que siempre le pasan mil tonterías en esta biblioteca, y que no le aparece Google.

Pienso en los viejos de mi ciudad natal, la mayoría sin pensión ni biblioteca, abandonados por el estado, pero aferrados a sus sonrisas intactas y con una alegría, a prueba de máquinas.

Decido ayudarle a este que es el que tengo al lado. Me regaña, maldice, se emputa, pero el buscador ya lo tiene enfrente. Suspira profundo, guarda silencio, descansa y coloca: Nuevo Puente de Cádiz.

Recuerdo que hace dos días, estaba comiendo pescado frito envuelto en papel: boquerones, puntillitas, calamares, croquetillas en el número 38 de la calle Santa Isabel, comida gaditana, en el barrio Lavapiés.

Giro nuevamente a mi izquierda y ahí permanece el viejo en silencio, con la mirada fija en la pantalla y las manos en los bolsillos, sonríe apaciblemente. En la pantalla hay un video de Youtube, nada más, es la transmisión, en vivo y en directo, de la construcción del puente.

El viejo contempla la obra durante 20 minutos y luego se retira. Yo tampoco sé muy bien que pensar, pero se me ocurre que hacen falta más puentes o que tal vez todos, al menos de vez en cuando, necesitamos re-conocer el puente, que nos trajo hasta aquí.